jueves, 31 de diciembre de 2009

Leo, mecánico

Sergio

Ni siquiera le había permitido elevarlo en el hidráulico. Se deslizó de debajo del coche y se puso en pie. Secó su frente con la manga del mono. Hasta arriba de aceite y grasa se sentía un autentico profesional. El jefe cruzó los brazos sobre su barrigota.
- Sigue goteando.
- ¿Revisaste la junta?
- Quizá se haya pasado y …
- Esa goma es nueva.
Resopló y volvió a desaparecer bajo el coche. Era un aprendiz sin contrato. No le importaba pasar toda la mañana debajo del mismo motor, pero aquel maldito escape de agua no iba a solucionarse por más horas que le dedicara a la jodida junta.
Toda la mañana sintiendo las pisadas del jefe alrededor del coche. Daba vueltas como un árbitro de boxeo. La pelea tenía todas las trazas de terminar por k.o.
- ¡Leo!, ¡sal de ahí cojones!
- Estoy revisando la junta.
- ¡Que salgas de ahí coño!
Sacó la cabeza y sin levantarse le miró.
- ¿No vas a aprender nunca? Será posible…
- Lo estoy intentando pero usted tampoco me indica con claridad porque la junta está…
- Chaval, creo que vas a durar muy poco aquí.
Leo le miró desconcertado.
- Te doy cinco minutos para cortar el grifo.
El chaval se sorbió los mocos. Se arrastró de nuevo bajo el motor. El barrigón pisaba alrededor del coche como la prensa de un molino. Machacando machacando.
Leo sacó medio cuerpo al paso del jefe.
- Debería usted ver lo que ha pasado.
- ¿De qué coño hablas?
- Agáchese un momento, -dijo poniéndose en pie- quizá sea la junta.
Leo se encaminó hacia el servicio y el jefe paseaba junto al coche y seguía machacando con la jodida junta y con lo nueva que estaba la goma. En el servicio cogió Leo su bolsa y salió.
- ¿Qué cojones es esto? – el barrigón miraba el suelo con los ojos muy abiertos. Junto a sus pies crecía un charco viscoso- ¡Me cago en la puta!
- La puta goma está nueva, no lo entiendo… -
Al ver a Leo con la mochila dirigiéndose hacia la salida gritó:
- ¿Qué cojones has hecho chaval? ¡Has tirado todo el jodido aceite!
En la calle corría un viento de la hostia. Espectáculo de bolsas y papeles volando, dando bandazos. No como él. Él sabía muy bien adónde iba.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Poemas IV

Fernando M. Guerrero


Azul electrizante…


Transcurre en mi mente

Como dilema roto

En sueños perdidos

De paraísos inocuos

En tácitos recuerdos.


Y aquí estoy…

Como por arte de birlibirloque

Destrozado por las heridas

Que sufrí en mis descalabros.


Hazme un sitio en tu cama

Y cántame al oído eso que me da miedo

Lo que no me calma

Lo que me hace pedazos.


Y susténtame otro día

Porque soy un pobre necio

Que creyó en algún momento

Que lo muerto seria lo nuevo.


Fantásticas sensaciones

Imperturbables reflejos

De una mentalidad opaca

De sueños inacabados

Inundados de sudor

Y de un vapor etéreo…


Me di cuenta

De tus pasos hacia el pasillo

De tus latidos desbocados


Me torcí la rodilla

Mirándome el pasado

Y ahora ando cojo

Pensando en no sé qué cosas


Hay momentos para el albor

Y otros para lo humano

¿Responde esto a tus preguntas?


Me miras como algo insano

Retorcido, aletargado


Recoges las cenizas

De un segundo cigarro

Yo me consumo

Como el humo que me trae lo malo

Lo comedido, lo asegurado


* * *


Aquiescencia imperturbable…

Enanos saltando,

Caballos rompiendo rótulas

Con pezuñas de metano

Onírico el porvenir


Y lodo ensangrentado

Los días que han de venir

Los momentos, los muertos,

Los ricos, los mediocres,

Los limpios de fe,

En fin.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Congoja

Edurne

Acongoja la tortura de la coja, que latir de sillas en movimiento, que rasgadas suenan las baldosas, increíble tanto ruido, para una señora sola.
Absurdo soportar tanto devenir de ruidos al salir, de un techo poco trecho, de un salón infinito, las paredes resquebrajadas y sin posibilidad de escapada. Solo te queda el enfrentamiento, la sensatez no es aplicable para alguien tan incorrecto.
Subo los escalones y con dos tacones sale a recibirme, el calor es sofocante, entro y me siento un momento, pues no creo que soporte tanto desacierto.
Ahora entiendo tanto ruido si por su casa anda a bocanadas, tiene prisa, porque la vida pisa, apenas me deja hablar, de su boca no para de sacar palabras que me están sentando mal.
Educada hasta en los momentos más molestos, pierdo el control, y sin querer entro a barrer todas sus palabras que no me estaban sentando bien, acalorada me encontraba cuando el sudor por la espalda me bajaba, eso no me distraía pues la discusión ardía.
A una conclusión he llegado ya, es una tortura que me toca acarrear, y que de la cual no me voy a poder librar, pues después de dos horas de recapacitar, pienso que me toca mudar, este lugar me está haciendo mal, y ese sonar ya no lo soporto más.
Las maletas en la puerta están, de Madrid voy a escapar, no se donde voy a ir a parar, pero tengo claro que no quiero una comunidad vecinal.
Estresantes reuniones a horas detestables, incontables encuentros con gente con poco talento, ese ascensor nunca está libre y el buzón prendía de toda la propaganda que contenía, ya no voy a discutir más por las subidas de la comunidad, ahora todo me da igual, solo quiero una lugar para respirar.

jueves, 3 de diciembre de 2009

PATTY

jminúscula

por ahí va patty
puta yonki rara
punki yonky puta
rara yonki punki
punki puta patty

jueves, 26 de noviembre de 2009

¿Quién teme al lobo feroz?

Sergio Álvarez Guillén

Aquí no vendrá. Hoy no. No puede ser que venga. Pero, ¿y si acaso…? ¿Qué haré? Mis hermanos duermen. Yo no puedo siquiera tumbarme. Frente a la chimenea miro el fuego e intento calmar mi ansiedad. Me han pedido protección y yo les guardo. El miedo al lobo, ¿les permitirá dormir? Pero no, no le temen. Le han hecho frente y al final los ha dejado sin casa. Deben pensar que aquí están seguros, puesto que han venido. Hay buenos cimientos, los muros resistirían un tornado, las ventanas aíslan perfectamente. Mi casa es legal, compré la tierra, pagué impuestos, contraté un arquitecto, pedí un préstamo y pago mis plazos puntualmente, por eso aquí no vendrá, no puede ser que venga. Así que creo que dormirán, saben que yo no hice como ellos, saben que yo cumplí con el lobo y levanté esta casa con todas las de su ley. A ellos ha podido arrebatarles sus hogares pero a mí no podrá, al menos de momento por que… pero no, todavía no vendrá.

Les aconsejé que no cumplieran su propósito, que quizá no resistirían, pero ellos qué otra cosa podían hacer, nunca han tenido dinero suficiente y además nunca han querido someterse a las reglas de este juego despiadado del lobo. El más joven rehabilitó y ocupó aquella vieja casa abandonada y el mediano construyó con sus propias manos aquella humilde casita en un rincón olvidado. Ahora el lobo las ha tirado, les ha dejado sin techo y han acudido a mí, a guardarse entre estos gruesos ladrillos entre los que se creen a salvo.

Pero yo sé qué es posible que aquí también venga, no hoy, quizá mañana, un mes sin más tardar. Mis hermanos no saben que mi situación ha cambiado, que ya no puedo mantener el pacto, que ahora soy un cerdito más, como ellos. Perdí hace meses mi trabajo, mis ahorros ya no dan para otro plazo de hipoteca. Por eso ellos deben dormir tranquilos, porque no conocen, porque hemos cenado y durante la conversación les he dicho, no os preocupéis, no puede ser que aquí venga. Les he mentido. Ahora miro cómo se consumen los leños en la hoguera, y casi me parece escuchar sus ronquidos de cerdito. Imagino sus párpados cerrados tras los que se desarrolla un sueño de libertad que pronto ha de transformarse en pesadilla. Imagino como sus rabitos enrollados se estiran de placer ante la ilusión de un nuevo proyecto para vivir con dignidad.

Ya sólo quedan brasas y siento el frío del alba. Yo jugué el juego del lobo, yo tengo una casa fuerte. Yo acepté las reglas del lobo y así hice débiles a mis hermanos. Levanté esta casa tratando con el lobo y me convertí en lobo para mis hermanos. Por que mi casa fortalece el juego del lobo, da mayor consistencia a su tablero, hace más indiscutible el reglamento y anula la opción legítima de mis hermanos. La opción de vivir sin un águila, sin un lobo, que venga todos los meses a cobrarse en carne, de sus tripas, de su lomo, de sus cuartos traseros, el tributo por una mínima y ruinosa celda en una ciudad de esclavos ebrios de falsa libertad, de esclavos hipnotizados por la pantomima excelente de este lobo tan civilizado. Porque ahora que no puedo mantenerme dentro de las normas del juego soy de nuevo presa para el lobo y vendrá a alimentarse aquí, a esta casa que nunca ha sido mía, donde quiero proteger a mis hermanos.

Pero no hoy, no puede ser que hoy venga, a no ser que… Esos ruidos de fuera, ¿qué son esos ruidos? Y ¿quién golpea la puerta de esa manera? Mejor ni siquiera abrir. Ahora pasos en el tejado ¿quién anda por ahí arriba? Entonces entran mis hermanos que se habrán despertado por los ruidos, se acercan tranquilos, se sientan junto a mí, y al mirarlos descubro que no han dormido, más bien parece que han pasado la noche despiertos, maquinando, los encuentro recios, decididos. Me dicen: Cálmate. Somos tres cerditos, ya pero, ¿quién teme al lobo feroz?

Cae hollín por la chimenea, el lobo se cuela por cualquier apertura como una rata. Entre la ceniza las ascuas relampaguean débilmente pero en nuestros ojos fulgura la seguridad de no habernos equivocado.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Posdata

El administrador del blog

Quiero compartir con toda la gente que lee este blog (si es que hay a quién aún le guste enfangarse) la posdata que un individuo que no conozco (si no te has matado -que no es posible ya que he recibido tu email- y estas ahí: ¡da la cara y firma el texto!) adjuntaba a un correo electrónico que he recibido esta misma mañana y que no voy a publicar (de momento, hasta que su autor no reconozca su responsabilidad) por decoro y decencia (al leer dicho correo me he dado cuenta que aún me queda). La posdata, sin embargo, por su interés científico y filosófico, la publico literalmente y en su totalidad a continuación.

PD: un grupo de himenópteros alados se amontonaron ayer en el alfeizar de mi ventana. noté su presencia mientras me calzaba las medias de fútbol para mis ejercicios gimnásticos matinales que realizo en el cuarto de baño, mientras desayuno un buen vaso de café con ron. al ver tantas antenas y alas juntas, justo alli, al otro lado de la ventana, sentí una quemazón sobre el tobillo donde ajustaba la goma de la media. mire de soslayo al enjambre congregado, que por cierto ignoraba mis aspavientos y manoteos, no, de hecho no los ignoraba, sino que atendía a ellos, cada minúscula cabecita con sus antenas parecía mirarme, captarme a través del cristal, y de algún modo lo comunicaban a otras congéneres que inmediatamente venían a unirse en el poyete, y batían las alas alocadamente como burgueses ovacionando en extasis a Brahms en el auditorio. como la quemazón se trasladó también a la otra pierna, en el punto medio del gemelo, decidí quitarme las recién puestas medias. comencé a bajar la de la pierna izquierda y noté como una calma a mi lado. miré a través de la ventana. la marabunta estaba tranquila, ya no movían las alas, tan solo imperceptiblemente las antenas, dándose unas a otras en la espalda como diciendose, ya verás, ya verás, tu espera. sin duda estaban a la espectativa de mis movimientos. continué con el descenso de la goma de las medias, iba bajando cada cual a la par y de pronto, justo donde arranca el tendón de akiles, no pude creer lo que veía... me habían crecido unas espuelas de cowboy. totalmente asombrado, miré el tapete negro y alado que cubría el alfeizar. vi a todas aquellas criaturas volcadas sobre su torso, con sus seis patas para arriba batiendose como mándibulas en incontenible carcajadas. deslicé la hoja de la ventana y algunas remontaron el vuelo pero la mayoría se incorporó sobre sus patitas y apuntaron las antenas hacia mis medias de fútbol que tenía aún en las manos. entonces lo decidí. subí el pie izquierdo hasta el poyete y todas extendieron las alas y se dispersaron en el aire. venid al nuevo píndaro (exclamé algo avergonzado) y con impulso me avalancé al vacío. por unos segundos el enjambre adoptó diversas formas orgánicas simulando grandes mamíferos del tipo zarzapadillo, bisote achaparrao y leon marino... a todos yo espoleaba surcando el cielo hasta que sucedió lo inevitable


viernes, 30 de octubre de 2009

Descubrimiento

Sergio Álvarez Guillén


Hay luz en mi rostro y no comprendes. Lo sé. Lo veo en la inocencia de tu mirada. Estás segura de que he gozado con tu boca, con tu pecho. Ignoras que no lo deseaba, que al dejarte hacer lo único que he conseguido es aislarme en el placer más desolador.

Y sin embargo, ahí están tus labios y mejillas, tus pezones y vientre impregnados de un odio tibio y espeso que no sospechas. Aún pretendes dilatar mi satisfacción tumbándote sobre mí, acariciando con todo tu cuerpo mi piel, mi pene que se resiste a abandonar la voluptuosidad alcanzada; pero me zafo, me escabullo hasta el baño. Escuchas el agua. Piensas que algo ha cambiado en mí y justificas esta extraña novedad de lavarme inmediatamente; supones que ahora necesito sólo de tus cosas, tan saturado estás de ti mismo, pequeño…

Y sí, he cambiado, pero es en todo; y ya no puedes comprender a pesar de la luz en mi expresión turbada e incómoda.

Apago la lámpara. Burdamente escurro sobre tu cuerpo el agua caliente de la toalla; retiro de tus labios mi odio blanquecino y ya frío con la lengua tensa y lo desplazo todo hacia abajo, arrastrándolo por tu cuello, deteniéndome, ya sin asombro, en los rincones más fascinantes de tu pecho, en la misteriosa curva de tu vientre, que ya no me inquieta. Llego hasta la delicia de tu coño hinchado y pierdo despacio la lengua en el laberinto de sus pliegues y gimes, gimes aún más, más intensamente y gritas, en el orgasmo de tu descubrimiento gritas: ¡Oh! ¡Cabrón!... ¡Malo, hijo de puta!

Y es ahora, empapados mis labios del magmático odio que yo mismo he bombeado hasta tu sima, es ahora al entrever tu expresión en la penumbra, cuando quisiera ya no comprenderte. Y fingir, como tú. Y sentir placer únicamente.

viernes, 23 de octubre de 2009

Convicción de la mesa

Sergio Álvarez Guillén

Sobre la mesa de madera. El Señor deja las manos muertas sobre mí. Al verlos llegar, con la carga sobre los hombros, abandona sus manos sobre mí.

Mira a esas personas con incertidumbre porque antes mejoró sus hogares que ellos no han sabido mantener. Los mira con inquietud porque antes advirtió lo peligroso de su esperanza y a ellos no les importó. Mira con recelo a quiénes antes quiso apartar de la fatalidad a la que su obcecación les conduciría y, sin embargo, ahora se presentaba ante él, sin avisar.

El Señor parpadea de miedo porque estos hombres, estas mujeres, estos niños entran en su despacho como si entraran en su propia casa. Han abandonado sus hogares; perseverando en su propósito han superado adversidades, sin ayuda. Son supervivientes y ahora están ante él, en su despacho: callados, seguros, alegres.

Por eso, el Señor, no se sorprende cuando sus propias manos se resquebrajan, se astillan como yo, ahora que me revientan esos que han llegado. Porque con el amor que cargan sobre los hombros hacen añicos sus manos y revientan la mesa de buena madera. De buenos árboles junto a los que ellos crecieron.





viernes, 16 de octubre de 2009

La cata

Sergio Álvarez Guillén

Daniela se apostó tras el montón de cajas vacías en el lateral del puestecillo de frutas. Su hermano José, disimulado entre el gentío del mercado, observaba el quiosco, la caja de tomates y a su hermana, quizá demasiado cerca de ella. Examinaba a los tenderos y calculaba el tiempo que tendrían para cargar los tomates y darse a la fuga. El plan no podía fallar. Pero era indispensable esperar el momento adecuado, elegir el momento de mayor ajetreo de los vendedores.


Sumida en la contemplación de los tomates, percibía vivamente Daniela, a partir de los colores, imágenes cotidianas de su casa; no podía contener los nervios mientras recordaba los colorados mofletes de la abuela y, se sonreía al imaginar la boca abierta de escasos dientes gastados ante la sorpresa de los tomates. A veces, el pequeño primo Arón, amarrado en el descolgado pecho de la anciana, intentaba, más que besarle la cara, morderle las mejillas siempre encarnadas. No es que creas que son tomates, solía decir la abuela, es que tienes hambre. El chiquitín, una vez en el suelo, distraía el hambre garabateando en el suelo periódicos atrasados con un lápiz color verde.


Pensando en esto Daniela avanzó inconscientemente hacia la caja hasta que, ya casi visible a los tenderos, se detuvo sobresaltada al escuchar el fuerte silbido de José que la miraba desde lejos con gesto de incomprensión. ¿Qué cojones está haciendo esta chica?, se preguntó. Seguro que su agujero en el estómago es tan grande como el mío, pero tenemos un plan y hay que controlarse.


El plan lo habían ideado después de pasar por el puesto de los fruteros y ver tan retirada la caja de tomates. Estaban allí, amontonados, casi al alcance de la mano, rojos como las amapolas que crecían detrás de su casucha a las afueras del pueblo. Incluso parecía que tenían puntitos negros como los estambres de las amapolas. Estaban allí, hermosos y olvidados, tal como ellos mismos lo estaban en aquellas huertas de tierra estéril; en una desvencijada caja como la propia chavola en que ellos vivían. Al pasar junto a ella les había parecido que la piel de los tomates brillaba como brillaban los ojos de Lucas, el perrillo que habían encontrado perdido entre los castaños cerca del cobertizo, donde su tío amontonaba la chatarra y muchos trastos viejos sin aparente provecho.


Pasaron de largo y al llegar al puesto de los encurtidos, aspirando fuertemente el olor a vinagre, idearon el plan.


Daniela guardaba en el bolsillo de la vieja falda su bolsa de plástico. José apresaba la suya en el pequeño puño que ya podía apretar con relativa fuerza, se había mejorado del accidente en la fábrica de chapas al intentar entrar por la ventana. Habían decido trasladar los tomates a las bolsas, dividiendo así el peso y evitando que se cayeran de la destartalada caja, dada una posible situación de fuga.


José, sin quitar ojo a su hermana y al objetivo de su plan, hacía como que se interesaba por las mercancías de los puestos cercanos. Mientras, Daniela se esforzaba en concentrarse en el olor de los tomates; no conseguía distinguir el olor dulzón y fresco que debía desprenderse de la caja. Se perdía en los diversos olores del resto de mercancía.


El hambre la punzó el estómago. ¿Podría contenerse? El botín estaba demasiado cerca. Buscó a José y le encontró avanzando resuelto hacia la caja, y en su sonrisa confiada advirtió que era el momento.


Daniela sacó la bolsa de su falda. En un momento, los hermanos estaban sobre la caja, arramplando con los tomates. En menos de tres segundos habían llenado las bolsas y se alejaban escabulléndose entre el hormiguero del mercado.


¡Oiga! ¡Les roban!, gritó una señora. El tendero la miró hosco, con extrañeza y no se inmutó.


Daniela y José corrían con el botín colgando de sus delgados brazos, golpeándoles las rodillas. Cuando se hubieron alejado suficientemente, en un callejón que bajaba al descampado cercano a su casa, se sintieron a salvo y se sentaron en un bordillo.


Sacaron de las bolsas algunos tomates. Una leve náusea les agarró el estómago. El tomate en sus manos había dejado hundir los dedos en su carne. Los puntos negros, como estambres en las amapolas, eran mucho más numerosos y grandes de lo que le había parecido a Daniela. Este está pasado, musitó José mientras rebuscaba algo mejor en el interior de la bolsa. Olía al cuartito de su abuela, agrio, a rata muerta. Extrajo otro que palpó más entero y le hincó el diente. Sabía a los pasados días en que su padre aún vivía, a leche cortada, a galletas rancias, a patatas de tierra. No todos están malos, dijo a su hermana sin mirarla. Pero Daniela, enfrascada en el rodar de sus tomates calle abajo, tampoco escuchaba a Lucas que ladraba desde lejos, seguramente de alegría.



miércoles, 24 de junio de 2009

Para Alberti (que apenas he leído)

Sergio

¡Paraos! Es aquí. En este punto: . comienza el
moflete del querubín. Dejad la luz
las almohadas
los abedules lastimados
de hongos ¡Deteneos! Cruzad la crecida ríada
de megaherzios
de fibra óptica
de sequoyas crecidas. Aquí surge el movimiento y
no hay espesura ni densidad
ni amalgamas de pétalos y néctar
ni nosotros.

Es el rumbo que aquí reniega de señalar sobre la
arena dirección; el binomio soledad - bestia
marismas - quiasmas
complexión - objeto.
¡Esperad! Recordemos la tortura
el silencio devorador
los coches aparcados
las camas sin hacer
los dientes en las bocas.
Y recitemos, nervio a nervio, rojo a rojo, el verso escrito,
la raíz premiada de ovaciones,
de dioses posibles. El eterno
zumbido,
el clamor de las aves
siempre picos.

Es cierto. los albores llegan y regalan,
como los cantos en los ríos (de lisa honra),
unos besos
unos paisajes sobre hojas de nogal embravecido,
como un rápido que despista,
que devuelve alondras por torrentes de días pares.
Gotas de hada extasiada.
Limo de tierra en los puños.

Por cada silencio utilizado, una sinrazón que ya se
alcanza con la punta de mi nabo;
desde los bordillos unas sienes
un algo que se extiende (alma o alma)
hacia lo estrecho, pretende
la irregularidad de latidos vuestros.
Es por eso. ¡Dad un rostro!
¡un hermano!
¡un cansancio recuperado! Una aquiesciencia
premeditada, los oblongos lechos son velas encendidas
cuando despunta el grito
(entre viseles) los ojos trabados
y la ausencia, tempranamente aquí,
ríe
y la ausencia
cuando los labios caen al suelo
miramos locos.

No pronuncies este afán de vida,
esta ida que chorreo.
No palpes esta masa respondiente de tras las
encías que se me escapa y vuelve.
Es la noche obstinada que
amanece sobre los verdes, sobre los miles, SOBRE LOS ÁNGELES.
Ahora, como si la paz naciera,
la palabra muere.

lunes, 8 de junio de 2009

Qué importa ser poeta...

Sergio

(Será que somos pensados
de faz vuelta o sentidos de hambre,
de fácil memoria o estopa;
será que somos funcia y butaca
y pretendemos formas cuando no silencios.
Somos persiguiendo DENTROS llamados FUERA.)
*
Nos soplamos
pero yo te respiro y mantengo
en mis alveolos un segundo, una millonésima de segundo
te apreso
y tú, obcecada, me soplas de nuevo
pero estás tan en mi sangre, eres piel y aliento
fugado por la boca y te despides bañada de ficciones
y círculos y pies y entonces, desde el ángulo aproximado caigo
embrutecido sobre el triángulo que me revelas
y beso cada vértice embriagado: cada seno en punta,
el coño negro.
*
Está la arena por cada espacio extendida,
cubriendo la risa inesperada lengua a lengua.
Saltar las pestañas una a una,
desde los anillos y ribetes hasta el pulso en la nuca,
hasta la nuca y mejilla desde lo más externo,
para lo más eterno, para la arena grano a grano.
Para los quietos dientes él, calor es nube
calor es disfrutar la arena entre los ojos,
demostrar que regando de noche viva tu labio cerca
(casi junto al mío)
la arena nos nacerá sin alarmarnos,
toda febril y como un alma,
como un fluir sentido de memoria que choca contra mi pálpito grande
y el tuyo. Contra el tuyo también choca.
Que con el índice remoto alcanzará su locura nuestra.
Esta arena que me forma palmo a palmo es esta que te encuentro entre los dedos, cae (ven) hacia lo inmenso de tu abrazo pecho a pecho.

*
Mirar. Estoy mirando unos labios, tu boca.
Preguntar por el silencio, en lugar de él, si tu voz me devuelve
a la vida o permanezco, junto a ella, en la oquedad;
si me acurruco niño apoyado en tu vientre
te estoy copiando los ojos sueño a sueño, y mirar.
Mirar la botella llegando al suelo, desde tu mano abierta,
mirarte los pies cortados, dormir cristales y gritar tu frente.
Responder al ruido unos ojos grandes, unos ojos de tu rostro,
del tuyo tus ojos abiertos, de tu flor estoy oliendo y me llegas
nueva. Y eso lo hace más viejo, más para nosotros, porque yo te llego
ardiendo como una estrella, me presento libre y tú dejas de ser
y yo apenas alcanzo te queriendo. Mirar cómo
nos dejamos ir. Uno hacia el otro. Es preguntar por un silencio
que no resiste nuestro caos es silencio
que no responde qué ruido nos traemos
es amor.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El rostro en el espejo

Sergio

El sonido de un secador de pelo no me dejaba dormir. Aún era pronto pero ya deseaba ponerme a soñar. Hacía mucho calor, aunque la ventana de mi cuarto estaba abierta. Mi cuerpo se pegaba asquerosamente a las sábanas, estaba bañado en sudor y derrepente cesó el ruido del secador. Sólo se oían algunos pasos en la calle, una voz procedente de alguna televisión con el volumen demasiado alto y un coche arrancando.

Pasados unos minutos el sueño comenzó a invadirme. Poco a poco mi cuerpo sudoroso comenzó a quedarse muerto, relajado. Realmente estaba cómodo. Yacía bocarriba con los brazos extendidos perpendiculares al tronco y las piernas separadas.

Mi mente quería precipitarse al mundo de los sueños cuando, de pronto, noté como brotaba justo en el empeine de mi pie izquierdo un débil picor. "¡Maldita sea!", pensé. Segundo a segundo fui despertando de mi corta tranquilidad. Al principio, intentaba no pensar en ello, intenté olvidarlo. Creí que al no prestarle atención se me pasaría; sin embargo, no sucedió así, al contrario: el picor cobró mayor intensidad y ya empezaba a tener la necesidad de arrascarme. Pero estaba demasiado cómodo, así que probé un método contra los picores. Lo había oido en no sé dónde y a no sé quién. Se trataba de pensar en el picor y convencerte de que podías acabar con él sin tener que arrascarte, tan solo pensando en ello. No funcionó.

En cuestión de minutos se fue extendiendo por todo el pie y temiéndome que alcanzara todas las partes de mi cuerpo, decidí arrascarme. ¡Dios, Hombre-Ira!. Justo en el momento en que iba a hacerlo me cercioré de que no podía moverme. No podía moverme y el picor en el pie se me hacía insoportable. Mientras me lamenteba e intentaba moverme, un nuevo picor surgió en el antebrazo derecho. Al principio era muy débil, pero después se hizo igual o mayor que el de el pie.

El tiempo fue pasando y angustiado sudaba como nunca lo había hecho. Comenzó a picarme el cuello, ¡oh Dios! ¡qué horrible sensación de impotencia! ¡me picaba, me picaba mucho y no conseguía arrascarme!. Después fue el pecho y yo intentaba moverme y sólo conseguía sudar. Y también la cara comenzó a picarme y toda la pierna derecha y todo el brazo izquierdo y finalmente todo mi cuerpo se estremecía y yo creía morir pues el picor no cesaba. Y pasaron minutos que formaron horas, y esas horas y el sudor y el angustioso picor suscitaron en mi cabeza un solo deseo, un deseo que anhelaba con toda mi alma, un deseo diabólico sin duda: juré que, en cuanto consiguiera moverme, me arrancaría la piel.

Finalmente debí quedar profundamente dormido. Y soñé. Soñe que la cama estaba empapada por el sudor, y que el sudor era rojo y, que era rojo porque era sangre. Y soñé con un dolor inimaginable. Soñé que la piel se me había caido.

Cuando desperté, cuando abrí los ojos, estaba en pie, en el cuarto de baño, justo en frente del espejo. Mi rostro y todo mi cuerpo desnudo se reflejaba en él. Y en él sólo vi un cuerpo ensangrentado, despellejado. Observé detenidamente mi pálido rostro, mis muertos labios y horrorizado me miré friamente a los ojos y me pregunté:
-¡Dios!¡¿Estoy aún soñando?!.


(Original de 1996)

martes, 19 de mayo de 2009

Tarde

Sergio

Lenta y sonriente vienes, tarde,
silenciosa entre el alboroto de la calle,
de la gente y de los árboles
crujir de madera vieja y alas abiertas
(dueles sonríes
ante mis huesos astillados por el suelo
alimentas una carne que soy).
Vienes a regalarme
de misterio el cuerpo
a deshilarme las células con gesto obsceno
yo quiero dejarme a ti, tarde,
con un pesimismo controlado
que pretende insanas alegrías.
Toda vez fuiste caída
sobre unos párpados abiertos hacia la tierra
yo quisiera contenerte, tarde,
besarte las hojas de los pulmones
hasta vivir de verde,
hasta retumbar en mi vacío la caída de las hojas.
Partamos si hemos de partir, hoy
te acercas
como una hora insoslayable
que no crece en segundos;
te arrimas como un gata
te lames las uñas distraída,
mirando tras de mi,
esperando encontrar alguna cosa
en aquello que no somos.

miércoles, 8 de abril de 2009

Poemas (III)

Fernando Muñoz

El baño

sin sentido, en la bañera de mis dolores,
remojo los cabellos de la impotencia,
esa mezcla roja de sinsabores,
rodeada de circulos concéntricos,
mi vista se nubla con la pasta densa,
la almibarada soledad del momento,
las palabras obtusas de mi sentido.
No arrojo ni una sola gota al tiempo,
ni varío las dulces notas de mi alma
sólo yo y los improperios,
esos que destilan las madrugadas
esas que desbordan anhelos y fragor,
tanto como puedo soportar,
sin importar el momento ,
sin ser uno mismo...


Adiós

la pequeña vena aorta que me sustenta,
el impávido paso del tiempo,
los espejos rotos del suelo,
la mañana fría e irreverente,
los mocasines de paño,
la bata de boatiné,
los posos del café,
los platos sin fregar,
las telarañas del hueco,
los ruidos de la calle,
la mantequilla, el silencio,
la hora perpetua del minutero,
la ropa arrugada,
el pelo revuelto,
las ojeras, el mal aliento,
el cerrojo de la puerta,
las escaleras, el portal,
el viento en la cara,
ese que me susurra,
que te fuiste, que no has vuelto...


Mi ultima noche

Creo haber equivocado los conceptos,
las metáforas y las estrofas.
Intuyo que desde pequeño,
mi corazón late más despacio,
y la sangre es más espesa.
Me miro las pupilas,
y solo saco retazos nimios
de un pasado algo abstacto.
Me toco el bajo vientre
y veo con vergüenza
lo que ha aumentado.
Mis piernas se mueven
como las de un autómata,
y a veces se quedan quietas
como raices.
Largo rato paso sin mirar
entre las telillas de mis ojos,
nada es más extraño
que mirarse por dentro.
A mi me da miedo.
Mi piel gajada como lagarto,
de un color pardoverduzco,
se cae a tiras bajo mis brazos,
nunca alcanzó lo que busco,
el suelo es su destino.
Los dientes me castañetean
hasta que los dejo en el vaso,
me miran con una sonrisa
la cual agradezco.
Tengo sueño, es algo pesado,
extenuante, mortecino,
adiós. Si Dios quiere...

martes, 24 de marzo de 2009

El marcapáginas

Sergio

Leería el libro mucho tiempo después de haberlo robado en la biblioteca de la Universidad. Aquel día en que lo sustraje lo regalé a Susana. Ella me había hablado de aquel escritor y de las ganas que tenía de leer ese título. Yo quería ligar con ella y el regalo fue parte del galanteo. Haciendo peyas, resguardados de la lluvia otoñal en el porche del patio, imaginad su sorpresa al entregárselo; cómo creció esa alegría al encontrar entre sus hojas una marca allí donde supuestamente yo había interrumpido mi lectura, para prestárselo a ella. El marcapáginas era una hoja de libreta en la que dejé escrita una nota.

Ese curso lo pasamos en grande. Creamos nuestra pequeña biblioteca paralela intercalando libros en los estantes de literatura de la pequeña y abandonada biblioteca del instituto, donde muy pocas personas husmeaban. A veces, entreteniéndonos en construir argumentos combinando varios títulos, el descubrimiento de una ausencia en nuestros volúmenes nos divertía sobremanera. Imaginábamos al eventual ladrón a punto de introducir el libro en su mochila, nervioso mirando a los lados, y con la seguridad de llevarse un libro que ya está robado.
Estas ausencias nos convertían en motivados detectives, concentrados pronto en el juego de las averiguaciones, ¿quién podría ser el furtivo lector? Tras suspicaces procesos de investigación, que nos llevaban al espionaje y acecho de presuntos ladrones, llegamos a conocer, de diversos personajes del instituto, sus lugares preferidos para una lectura tranquila y meditada.
A pesar de toda la dedicación fallamos normalmente las disparatadas hipótesis, descubríamos que habíamos partido siempre de suposiciones erróneas y, finalmente, entre risas, nos reconocíamos pésimos detectives.

De tres desapariciones en ese año, sólo llegamos a descubrir el paradero de un libro, muy especial para nosotros, y a su exquisito y furtivo lector. Además, nuestra peculiar sociedad ganó un nuevo miembro. Se trataba del Joaqui, que iba a la clase de al lado. Nuestra biblioteca paralela experimentó un gran crecimiento gracias a las aportaciones del Joaqui: Chéjov, Calvino, Carver, Bukowski por ejemplo (cuando nosotros andábamos con Poe, Maupasant, Cortázar y Hesse, entre otros).
Después del verano, de vuelta en septiembre, Susana me dijo que ya no estaba enamorada de mí. Desde hace algún tiempo, agregó. Agradecí su sinceridad pero fue una gran putada. De golpe entendí por qué desde el principio ella tuvo tan claro quién podría haber robado el libro fundador, aquel que robé para ella: El juego de los abalorios.

Ese curso escolar apenas nos tratamos. El día de las notas de verano se acercó en el porche del patio. Me dijo que haría tercero en otro insti. Llevaba en la mano la nota que marcaba la página en la que yo había detenido mi lectura (en ese momento dudé seriamente que alguna vez hubiese creído semejante patraña), aquella que me sirvió para acercarme a ella. La colocó entre mis dedos. Leí aquellas palabras con ansiedad. Extrañé mi propia letra, después de dos años. Había añadido el número de la página. Me entregó también el libro. Puse la nota de modo automático entre sus hojas y así el volumen fuertemente con las dos manos. Observé el sello de la biblioteca de la Universidad en el grueso del canto de sus hojas mientras escuchaba su voz.

- Ahora podrás terminarlo. El resto los donamos, ¿no?

Me sentía fatal. No podía mirarla.

- Claro. Ahí quedarán –alcancé a murmurar sin quitar la vista del sello.

Luego nos abrazamos. Después se fue.

En una zona poco concurrida del parque contiguo al instituto me senté en un banco y comencé a leer. Pero no conseguía concentrarme ni en una sola letra. Un sentimiento desconocido crecía en mi interior, se hacía fuerte y me dejaba sin vista, sin tacto, sin respiración. Escudriñé el libro más allá de la portada. Lo dejé caer al suelo de arena. Lo pisoteé furioso, con mucha rabia. Pero en seguida lo recogí y tras observar que no lo había jodido del todo lo guardé cuidadosamente en la mochila. El marcapáginas quedó como un bicho bola entre los granos de arena.

lunes, 16 de marzo de 2009

All the world is green

P. Andilllero

Asesiné a Bunbury mientras escuchaba a Tom Waits.





jueves, 5 de marzo de 2009

Conversación Literaria

jminúscula

AMIGO: Pues retomando el tema, después de lo charlado estas horas pienso en la insoportable levedad del ser como causa del miedo a la libertad y estoy convencido que sólo con las palabras andantes caminaremos hacia la utopía.

JOTA: A mi no me jodas parafraseando los títulos de libros para convencerme de la esencia del ser humano, que soy de mano rápida y te clavo el pincho en el lomo te dejo doblado, y una vez en esa postura quedas a mi merced.

AMIGO: Hosti tú eh, no me acordaba de que eres de Móstoles, ya lo siento y digo ¡ab-so-lu-ta-men-te claro! que no es cierto que la literatura esté reñida con la violencia, como acabas de demostrar. Y a propósito de esto ¿Has leído algún libro de **************?.

JOTA: ¿Ese filósofo progre, así gordete, que usa gafaspasta de colores, con los labios inflamados y unas crónicas y movedizas boceras en las comisuras de los labios?.

AMIGO: Sí, ése es, el mismo.

JOTA: Para vomitar.

AMIGO: ¿Sigues queriendo morir ahogado en tu propio vómito?

JOTA: Claro. Como Jimi Hendrix, Bon Scott, John Bonham, como un puto artista del rock.

AMIGO: Te doy la razón en que sería una muerte legendaria, una metáfora de la velocidad en nuestras vidas, pero sinceramente, es asqueroso morirse ahogado en los propios vómitos. JOTA: Vaya, más asqueroso es morir ahogado en los vómitos de otro.

AMIGO: Si hombre sí, entonces, ya estás listo para leerte un libro del filósofo ese.


jueves, 19 de febrero de 2009

Poemas (II)

Fernando Muñoz

DAME

solia sucumbir a las miradas hirientes,
a los traslados en ambulancias
y a las copas amargas de gin-tonic.
me miraba en el espejo
y mi cuerpo era transparente
detrás de mi una montaña de basura
rodeada de voraces alcaravanes
que despojaban las bolsas
y las mondas lirondas de naranjas
Eran esas tardes poco pacíficas
rellenas de almíbar y nata
las que me desquiciaban
y hacían que me escapara
a esas noches llenas de muchedumbre,
de desafíos y de menesteres,
mas yo me perdía en las luces,
en los coches y transeúntes
y acababa bebiendo mis orines.
Cada día que me recuerdo
es como un dolor de barriga
áspero y genuino, salado,
y algo excitante...

PEQUEÑO

cuántos poemas se componen de mi alma,
esa que como rompecabezas se une en uno,
pieza a pieza se descomponen
y acaban siendo un dibujo abstracto de sí mismo.
mi vida gira alrededor de la suerte,
los presagios y augurios,
que vaticinaban que algún día,
iba a ser la sombra de lo que soy,
ahora me vienen al recuerdo
como si de fantasmas se trataran
y no discierno entre lo lógico y lo ponderado,
más me valdría salir corriendo
de ese angosto túnel del pasado
dejando atrás callejuelas de rincones oscuros
y paraísos disueltos en humo y alcohol.
te busco y no te encuentro
pequeño corazón sin resortes
que sigue estropeado
en alguna mesa de relojero.
Te pido perdón por los sustos y mentiras
y de no haberte puesto las pilas
en los momentos más cruciales.
A ti pequeño corazón te debo la vida

PAREJA

me inquietas..¿lo sabes?
es ese miedo el que me paraliza.
¿puedes entenderme?
yo no te entiendo...
estás diciendo que vas a matarme.
no estás en tus cabales.
¿me vas a levantar las uñas
y hacer un circulo con ellas
en el cual pondrás mis cuencas?
lo dicho... me voy
no cierres la puerta,
corre la sangre, me atraviesa
cuánta víscera,
cuánta inocencia rota,
tus padres eran tus verdugos,
yo soy tu victima,
tu dulce victima..


jueves, 12 de febrero de 2009

Dos Textos y Un Diálogo

Laila

Texto nº 1

Ella quiere caminar sin rumbo y estar acompañada de su propia soledad, sus conciencias la trasladan a un mundo de incertidumbre que no maneja, y no teme.
Crece en ella la curiosidad por lo desconocido, y sin miedo a viajar
como una luz absorbente y lúcida, su mirada se transforma, y se desespera por vivir y soñar.

Texto nº 2

Aquel libro que está ahí, en la estantería del cuarto de baño, está ahí para que usted pueda echarle una ojeada.
De esta manera usted se sentirá mejor porque lee libros, tantos que necesita guardarlos en el baño, porque es allí
donde uno encuentra un hueco de calma para encontrarse, como hacen los artistas y los intelectuales.
En mi cuarto de baño hay: un monográfico, y una obra de José Zorrilla, subrayada en todas las frases misóginas que tiene con un lápiz verde...
¿Qué libros hay en su cuarto de baño?

Texto nº 3

(Mesa redonda en un bar)

A- La genética del ser humano proviene de Africa, según estudios "de todo". Sí, no me mires así, esa gente estudia y si lo dicen, yo me lo creo.
B- De las miserias de la vida, no me puedes enseñar más a mí.
C- Sí señor, la vida viene del mar, de los volcanes marinos!!!!
A- A mí no me gusta leer .
B- A mí me da sueño a veces.
C- A mí me gusta la historia.
B- ¿Y cómo sabes de historia si no lees?
A- La tecnología, yo he visto la película de Ghandi 5 veces.
C- Jesucristo dicen que existió, pero solo fue un idealista.
B- No somos sanos, si fueramos sanos nos iría mejor.

(silencio)

C- Hace falta ser más inteligente.
(vacía los ceniceros, y comienza el debate una y otra vez)

jueves, 5 de febrero de 2009

Ese ojo de reojo

Edurne

Durante un instante vi el ojo que de reojo me miraba, sentada sobre un taburete de estampado petulante, leía un trozo de un periódico que sobre la mesa reposaba, pero el reojo me sedujo y la lectura se tradujo en un pensamiento que abstrajo de mi mente un instante, para volcar mi mirada en ese ente.

Segmento de mirada que hizo olvidar a quien esperaba, cerrando el trozo de periódico, concentrando las fuerzas por no perder la cabeza, al final, como siempre, la perdí, no se si fue real no recuerdo lo que aprendo, ni lo que hago cuando me hayo en ese estado.

Se acercó, yo no me alejé, en una burbuja me hallaba cuando la tipa aquella me gritaba, que saliera de aquel bar, que no era menester estar con aquel ser, yo la miraba con desprecio, poca sensibilidad para gente tan corriente, pena dan cuando se comportan mal.

Al bajar del taburete de estampado petulante, ese ser que mi ojo de reojo vio y con mi mirada se topó, arropado en un trozo de despojo, mis manos lo palpaban y él se dejaba hacer, las miradas se cruzaban en un sentir de bandadas.

Transcurrido el tiempo preciso abro la caja y de un brinco entra allí, no demasiado convencido pero contento de haber sido hallado y encontrado por alguien que no va ha maltratarlo, aprecio la vida de cualquier ser impedido o rendido, cierro la caja, salgo sin saber muy bien que rumbo coger.

Por la vereda de vuelta, el ser que de reojo vio mi ojo y su despojo me hizo descarnarme en un suspiro, saltó por arriba de la caja, emprendiendo una huida por todo la plaza, hasta que de vista lo perdí; me pare, lo pensé, valoré, apenas suspiré pues era libre, vivía libre y debía morir libre.


jueves, 29 de enero de 2009

Cristina, cristal, trufas

Sergio

A Matías no le importaba, pero lo que es a Justa, ya le estaba poniendo de los nervios. Claro que luego era ella quien tenía que frotar bien la superficie del cristal hasta hacer desaparecer las manchas porque es muy importante que el escaparate esté bien limpio y transparente, hasta el punto que parezca que no hay.

Eso mismo imaginaba la niña Cristina: que no había cristal, que podía alargar el brazo y meter el dedo en el merengue del milhojas, o coger la guinda del borracho, o un poco de manzana de aquellas tartas con almíbar. Luego estaban las trufas con sus virutas de chocolate. Imaginaba que acercando la boca un poco más podría tener entre sus labios acaso unas pocas virutas, en la punta de la lengua saborearlas despacio y luego aplastarlas en el paladar un buen rato hasta tragar la saliva negra como batido de chocolate.

Y todos los días igual, con su mochila de colegiala, no podrá irse a casa a estudiar y hacer las cuentas… tiene que quedarse todo este rato relamiéndose como si no comiera en su casa; las malditas manos apoyadas en el cristal, resoplando vaho por las narices llenas de mocos. Y Matías como si no la viese, como si ese pelo rojo de la niña no llamase suficientemente la atención sobre el gris de la calle, como si esa mirada que a veces nos dirige no mostrara cierta perversidad y ambición. Si no llega a transmitir miedo quién dirá que no es inquietante esa forma de estirarse los tirabuzones mientras pierde la mirada en los pastelitos, y no se mueve ni un centímetro a pesar del frío y la lluvia o la nieve.

El agua, el frío por los agujeritos de los zapatos y los calcetines de verano. Al menos, su padre había podido comprar un abrigo chubasquero en el puesto de segunda mano. Su padre, que tanto lloraba por las noches mirando los anuncios de televisión, sentado frente a un vaso de vino, sólo, creyendo que Cristina dormía, cuando, en realidad, estaba tras la puerta, con la fotografía de su madre contra el pecho, su madre que ya nunca más. Aún era niña pero conocía bien que el subsidio por desempleo estaba llegando a su fin y, ¿dónde iremos? ¿dónde iremos? murmuraba su padre entre trago y trago y se esforzaba en cambiar de canal con el mando que estaba quedándose sin pilas.

¡Hombre! Parece que por fin se va a poner las pilas. Después de más de quince minutos que lleva pegada al cristal como una lapa, por fin Matías, tras mirarla con curiosidad me mira en el fondo de los ojos: ¡vamos!, ¡échala de ahí! Ya tampoco él lo aguanta más. Sale del mostrador disimulando, distrayéndose en colocar las palmeritas de las bandejas de fuera, perfilando las bolsas de patatas fritas en sus estantes, todo para no ahuyentarla, claro. La niña le mira sólo a veces, está demasiado concentrada en paladear imaginariamente los dulces, la cochambrosa. Fíjate que sale Matías por la puerta y ella ni tan siquiera deja de babear el escaparate, no se aparta ni un centímetro, la sin vergüenza. Matías se ha acercado, ahora la tiene por el brazo. Ella se asusta, quiere escapar. Casi empieza a llorar pero Matías se acuclilla, la mira seriamente, le está diciendo unas palabras. Finalmente la niña no llora. Primero dice no con la cabeza. Después orienta la cara al suelo. ¿Tiene los ojos cerrados? Matías no para de hablar. Está serio. La niña vuelve a decir que no. Quiere irse. Forcejea para librarse de la mano de Matías que apresa su muñeca. Ella tira, parece una salvaje, entonces Matías le suelta el brazo. Inmediatamente ella da unos pasos atrás. Le mira fijamente. Él se incorpora. ¿Qué hace? Parece que está sonriendo a la niña. Le alarga el brazo, le tiende la mano. La niña titubea, estira sus tirabuzones. Ahora se acerca y coge su mano. Los dos miran hacia adentro. Ahí estoy yo, no entiendo nada, me observan un momento y se dirigen a la puerta.

Desde la puerta de su casa Cristina llama a su padre. Cierra dando un fuerte golpe empujando con el talón y suelta la mochila en el suelo de la entradita. Le grita su nombre, viene eufórica o enfadada, violenta o feliz. En el salón, la tele está encendida. Venden la vida por la tele, hijita. La voz llega desde el sofá, la niña mira el respaldo y olfatea el aire. Se acerca. No compres tu vida en la tele, cariño. Su padre se extiende a lo largo del sofá de tres plazas. Sobre la mesita hay dos botellas de vino y un vaso. Las botellas están vacías. Si sale mala no te la van a descambiar, amor. Habla con los ojos cerrados. Despierta papá, abre los ojos, mira. El padre se remueve en el sofá, se recuesta un poco en el reposabrazos. Apenas consigue mantener los dos ojos abiertos a un mismo tiempo. ¿Qué es eso, princesa? Son para ti (nunca has visto sonreír así a Cristina). ¡Oh, mi niña, que buena pinta tienen! ¡Muchas gracias! Mastica una trufa y vomita.

Cuando Cristina sale de la pastelería, Justa se quita el delantal y tirándoselo a Matías a la cara, le grita que ante semejante gilipollas le dan ganas de vomitar. Matías no se inmuta. Después sale a la calle mirando el cielo y respirando profundamente.

El padre de Cristina se siente profundamente estúpido. Cristina está fregando el suelo y viéndole llorar suelta la fregona y le acaricia el pelo. No pienses que no me gustan las trufas, princesa.

lunes, 26 de enero de 2009

Las gafas y mi mismedad

jminúscula

El hecho de que el oftalmólogo me prescribiera anteojos que se sujetan a las orejas o de alguna manera por detrás de la cabeza, bueno vale: gafas, con 16 años, edad en la que todavía no me había aparecido ni un rastro de pelos en los huevos pero que, ya me había permitido hacerme un hueco en el instituto y en el parque y, sobre todo defenderme, me hizo sentir con la legitimidad suficiente como para mofarme de los pequeños gafotas, iniciados en edades tempranas, por eso acostumbrados a la guasa y bufonadas del resto de compañeros, incluido yo.

Aunque la recomendación del especialista fue usarlas en momentos puntuales, que exigieran concentración, a los pocos años me vi fundido a ellas, formando parte de mí, como el pelo, las orejas, las piernas, y mucho más importante que los ojos. El dormir, ducharme, lavarme la cara con ellas se hizo algo cotidiano.

El otro día sufrí un pequeño percance que hizo que tomara conciencia de mi mismedad, se me partieron por la mitad al intentar quitarme el jersey. La primera alternativa en la que pensé con distorsión, al no llevar la tecnología sobre la nariz, fue arreglarlas con cinta aislante, al más puro estilo de novato de instituto estadounidense, rápidamente descarté esa humillante posibilidad. Como segunda opción barajé arreglarlas yo mismo, el método: pegamento ultrafuerte. Fallé, ¿cómo podía realizar una operación de precisión en mis gafas, sin mis gafas? Mal. Los cristales acabaron llenos de pegamento en un intento de juntarse eternamente con las patillas, mis dedos índice y pulgar se quisieron intensamente durante el rato que me costó quitarme la adhesiva pasta, total, que fracaso, otra alternativa idiota.

Finalmente conseguí resolver este paralizante infortunio. Mis amigos me dicen que soy un gafotas, yo prefiero decir que soy un cyborg.

lunes, 19 de enero de 2009

La vieja silla de mimbre

Lu

La vieja silla de mimbre no está para sentarse. Es un viejo chisme que se quedó inservible. De no haber ocurrido el accidente aun seguiría adornando la entradilla.
Aquella tarde, la Señora nada más entrar en casa lo primero que hizo fue pedir asiento. Él que no sabía, se la ofreció amablemente. No sabemos como fue. Martín no nos quiso contar, aunque imaginamos como pudo ser la escena en la que la Señora Maca, como dice mi sobrina pequeña Marieta, cató el asiento.
Martín debe de estar avergonzado y revolviéndose cuando piensa en el accidente. ¿Cómo iba él a saber el estado de la antigua silla? Si nadie se lo habíamos avisado, si ni tan siquiera era miembro de la casa. No puedo imaginar la cara que se le quedaría al pobre cuando vio a la anciana caerse.
Primero tan tímido al recibirla, con sus mejillas enrojecidas por el corte. A continuación ofreciendo asiento, tan amable y cordial. Y después, ¡ay la Maca!, ve como el mimbre se abría resquebrajándose en pedazos. Así veía la expresión pavorosa del rostro de la Señora Maca al verse caer lentamente sin poder reaccionar, sin levantarse. Había quedado prácticamente entre las astillas del mimbre sentada casi en el suelo muerta de dolor. La vieja silla de mimbre rota por fin, después de tanto tiempo recordando a nuestra madre, tan amiga de la Señora Maca. Imagino a las dos. Mi madre cosiendo en su silla de mimbre una bufanda para mi hermana, y la Señora Maca en la plegable que le acompañaba siempre, tejiendo otra para su hija, tan amigas las dos. No sabemos a qué se debía su visita, ni porqué vendría la Señora, ni qué venía a tratar. Pobre Maca que se quedó sin decirnos. Y pobre Martín.

lunes, 12 de enero de 2009

Poemas (I)

Fernando Muñoz

CRISÁLIDA

en la crisálida de tus recuerdos encontre tu voz,
perdido en un mundo loco hayé un final,
pero al final del trayecto encontre dolor,palabras muertas..
y un sentido inverso de las cosas,
en la crisálida de tus ojos encontre pavor,
miedo al desboque de tu alma,al desenfreno de tu roce,
a la realidad ambigua de los sueños..
y entre todas aquellas cosas,tu mirar,tu despertar.
en la crisálida de tu vida estaba yo..
mi pequeña sonrisa y tu gran talento,
y aquella tarde la crisálida se secó,
y yo me fui con las palabras,aquellas palabras
que se llevo nuestro amigo el viento...

EN TU BOCA SANGRANTE

En tu boca sangrante fui perdiendo mis dias,
en tu boca sangrante todo cambiaba de color,
yo recorria mis labios en ella,saltaba por encima,
en tu boca sangrante yo vivia..
En tu boca sangrante hize un mundo resurguir,
conquisté palacios y maté a dragones,
en tu boca sangrante todo era de color dorado,
en tu boca sangrante..
Pero para ti fue todo dolor..
era tu boca sangrante cuando discutiamos,
era tu boca sangrante cuando tenia celos,
era tu boca sangrante cuando bebia,
era tu boca sangrante...

lunes, 5 de enero de 2009

Una historia verdadera

JuanP

Recuerdo que entonces era verano. Yo andaba enredando en el vídeo VHS de última generación que mi padre acababa de comprar. Estábamos entusiasmados en casa, y antes de saber cómo usarlo ya nos habíamos hecho socios de un vídeo-club y teníamos alquiladas un par de películas. Ahora solo quedaba encontrar el canal del dichoso aparato en el maldito televisor, y todos en la casa tendríamos qué celebrar. Hacía un calor de mil demonios y el ventilador apenas se movía. Me levanté para arrearle un puntapié cuando llamaron a la puerta. Miré por la mirilla. Era Fernando, mi amigo de la casa de enfrente. En mi rellano, un tercer piso, había cuatro puertas, la mía era la “B” y la suya la “C”. Abrí con una sonrisa esperando que cualquier chorrada surgiera de esa enorme bocaza de labios rosados.

- El Dolu se ha matao- dijo.

La cara de Fernando era un poema. Siempre había sido un poco cabezón, con unos dientes grandes y largos que asomaban constantemente. Tenía los paletos separados y por ahí se le escapaba algo de aire al hablar, lo cual confería a su dicción un llamativo seseo que, sin embargo, no era gracioso, sino irritante. Por entonces teníamos dieciocho años, pero él siempre había aparentado más edad y era algo de lo que se enorgullecía. Parecía sentirse un palmo por encima de nosotros por esa circunstancia, y aprovechaba cualquier oportunidad para recalcar que él se afeitaba desde los doce años. Llamó a la puerta con sus nudillos peludos y regordetes y me soltó la noticia sin mediar otra palabra. Estaba pálido, y no sé si me asustó más ver su cara tan desencajada o escuchar su mensaje. Era raro verle así de serio, con los ojos como platos, cuando se pasaba el día haciendo chistes malos y gastando bromas de dudoso gusto. Sus preferidas eran las relacionadas, de cualquier forma, con los pedos, y por eso en nuestro selecto y reducido grupo de amigos, los que vivíamos en casas dentro del mismo portal, le llamábamos El Gas, cosa que él se tomaba como un cumplido.
El caso es que Dolu se había suicidado.

Dolu era un chaval como otro cualquiera. No recuerdo su nombre de pila porque le llamábamos por su apellido, Doluba, que nosotros habíamos acortado en señal de coleguéo. Nos conocíamos desde hacía años y nos parecía un tipo curioso y divertido con el que emborracharnos en nuestras visitas a la gran ciudad. Él vivía en pleno centro de Madrid, cosa por la que le envidiábamos. Hubo tardes de juerga antológicas que no he olvidado pese al pasar de los años, como aquella en que escupíamos a un enorme vaso de cerveza de un litro antes de beber y dejar caer algún otro regalito al brebaje inmundo que estábamos creando. Repugnante. No siempre éramos así, claro, pero aquella noche estábamos acompañados por chicas y creímos que la mejor forma de impresionarlas sería dándole a nuestro lado más macarra, asqueroso e idiota. Por supuesto, las chicas huyeron. Todas menos una, que hoy en día es la madre de los hijos de Lete (que en realidad se llamaba Gonzalo), otro de los del grupo, un tipo curioso, maniático, galán por naturaleza e ideológicamente a medio camino entre su espíritu rebelde (por aquello de drogarse más que nadie en cualquier sitio y a cualquier hora) y sus convicciones reaccionarias (le venían de familia), que estudiaba en un colegio caro y siempre vestía a la última convencido de que algún día sería director de alguna empresa importante. Hoy en día se gana la vida en un taller de colchones y creo que es feliz, pero eso es otra historia.

Como iba diciendo, Gas llamó a mi puerta y me soltó la noticia a bocajarro. Después vinieron los detalles. Dolu había estado la tarde anterior como si tal cosa, tomando cañas y fumando mientras reía y decía que allí mismo haría su testamento, asignando a cada uno de sus amigos de Madrid algo de su propiedad. Al principio la cosa tuvo gracia. Él siguió bebiendo y, ya borracho, le llevaron hasta su casa en coche. Antes de bajar, preguntó “¿alguien se viene a ver el gran salto?”. Nadie entendió nada. Le dijeron que estaba gilipollas y hasta mañana. Dolu entró en su casa en silencio. Sus padres estaban ya dormidos. Se desnudó, dobló su pantalón vaquero y su camiseta de Sonic Youth y los dejó en un montón ordenado sobre su cama. Salió de la casa en calzoncillos y enfiló las escaleras hasta llegar a la azotea. Un piso dieciséis. Escogió lado y se decantó por el patio interior. Abrió los brazos y se dejó caer. Plaf. Al día siguiente toda su familia le buscaba. Su abuelo miró desde una pequeña ventana del cuarto de baño y vio el cuerpo. Estaba reventado por dentro y tan destrozado por fuera que nadie pudo verle una vez que el juez de guardia levantó el cadáver. Justo ese día, su hermano regresaba a casa después de nueve meses de mili en no sé dónde. Su abuelo murió un par de semanas después. Se negó a volver a comer.

Recuerdo el entierro. Fue triste. Mucho silencio. Unas oraciones del cura de turno y el hermano de Dolu todavía con el uniforme puesto, sucio y desorientado. Su madre se desmayó y se la tuvieron que llevar. Un drama. Nosotros, sus amigos, hablábamos unos con otros tratando de disimular lo evidente, intentando despertar lo antes posible de aquel sueño doliente y estúpido, pero cuando la arena hubo rellenado por completo el foso donde su ataúd quedó, el silencio comenzó a pesar como una maldición y nos marchamos todos. De camino a la puerta de salida del cementerio no pude evitarlo y comencé a llorar. No lo había hecho hasta entonces. Ninguno de nosotros. Las caras pálidas trataron de sonreír en el momento de despedirnos de los demás con frases del tipo “te llamo esta semana” o “¿quedamos mañana?”, pero nunca más volvimos a ver a ninguno de aquellos colegas de la gran ciudad. De regreso a nuestro pueblo rompimos a pedradas los cristales del tren y echamos a correr, riendo y gritando como locos, hasta llegar a una cafetería donde paramos para beber algo antes de marchar a casa. El Gas, Lete, Cisco el Gordo y yo nos sentamos en una mesa apartada de la barra, junto a una enorme cristalera que daba al aparcamiento. Miramos afuera con los ojos medio cerrados. Hacía sol.

-El Dolu es un cabrón- dije.

No volvimos a hablar ese día.
Hizo un calor de cojones aquel verano.