jueves, 21 de octubre de 2010

Redención

José Angel López Jiménez
La habitación es más grande que el universo y en unos segundos mengua hasta el tamaño de una caja de zapatos. Me tiendo en el suelo buscando el ángulo correcto para ver por la ventana sólo el cielo rojizo, libre de la horrenda visión de las antenas de televisión y la ropa tendida, de los edificios mustios y los sueños beodos. El ruido y la contaminación de las alimañas que viven fuera infectan sin piedad mi mundo, pringando las paredes con su hedor negro de aceite quemado.
(La decisión está tomada)
Contemplé la cárcel que había construido ladrillo a ladrillo, barrote a barrote, para cumplir la cadena perpetua a la que me había condenado. Los presos caminan encadenados a la rutina, abúlicos y cadenciosos, atusándose el pelo y mirándose en el espejo a cada instante. Unos detrás de otros, con paso firme, buscando la redención que sólo les llegará con la muerte.
¿Cuántas decisiones había tomado en mi vida con libertad?
Ninguna.
(Ya no hay vuelta atrás)
Agarro el cuchillo con fuerza, me tiemblan las piernas.
Acerco la hoja a la garganta, tengo que atravesar la yugular de un corte.
Tengo miedo.
Siento abrirse la piel en dos, cómo los músculos se hienden y se fracturan los huesos. Trozos de epitelio se caen al suelo, otros, muy pequeños, flotan en el aire.
Y la sangre fluye.
Lo primero en evaporarse es la infancia. Mis padres, mis hermanos, mis abuelos, los meses en la playa haciendo castillos de arena, los lápices de colores, el amor blanco e infantil por mi profesora…
Cada latido de mi corazón destierra la sangre caliente al exterior.
Después olvido las matemáticas, la universidad, la historia, los teoremas, los idiomas, montar en bici y todos los libros que he leído. Se desvanecen los consejos que no pedí y todas las decisiones que tomé.
Un dulce temblor viaja de los pies a la cabeza. La debilidad conquista poco a poco mi cuerpo.
Desaparecen las promesas incumplidas, las mujeres, las novias, los amigos, los horarios, los logros y los fracasos. Las personas que pasaron por mi vida ya no existen en mi cabeza.
(Percibo los colores como si tuviesen sabor)
La luz del atardecer ilumina la habitación, que ya no es grande ni pequeña, es hermosa.
Sólo me queda limpiar la sangre del suelo y las paredes, lavar las cortinas y disfrutar de mi libertad.
(Ellos)
Se retuercen como los caminos de una montaña para seguirme con sus miradas, los comentarios despectivos son la nueva sangre que fluye por mis venas.
Percibo su miedo y me gusta.