jueves, 25 de septiembre de 2008

No puedes engañarte

Sergio

Dices que lo intentas por segunda vez. Coges la foto. Detenidamente observas en la barbilla aquella pequeña cicatriz, el leve rictus en la sonrisa, los ojos preguntones y, más arriba, ya te esfuerzas en descifrar el mensaje. Su endiablada caligrafía cruza la frente. Se extiende más allá de los occipitales. El alfabeto te resulta incomprensible aunque lo sientes molestamente ligado a ti. Dices que sobre su frente ese texto ilegible usurpa el lugar de tus caricias, el apoyo de tu pecho. Juras que hubieses preferido sobre su rostro la letra clara de un desconocido antes que esa letra suya incomprensible. Que desde su trazado caótico apunta hacia tu memoria y despliega, una a una, ante tu entendimiento, las últimas palabras que escuchó de ti.
No me dices que despiertas del sueño justo cuando coges de nuevo la foto para intentarlo una vez más, porque escucharse hace daño y es más fácil no entender. Sé que me lo ocultas a sabiendas de que a mi no me puedes engañar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Leandro Requesta

Sergio


Leandro Requesta, ¿te sonará este nombre?
¿Le recuerdas? Aquellas manos como cangrejos ermitaños
aquellos callos horribles que eran gloria para él
si te alcanzo con estos te cambio la jeta
y como cogía la jarras parecían ladrillos de cebada
y al hablar y al beber y al fumar todo temblaba
todo se volvía morao morao morao
le mirábamos todos entre divertidos y asustados y algún atrevido le enganchaba el brazo poderoso y le soplaba en la punta de la nariz
El ladrillero con su carretilla su gorra su cigarro
Entonces él saltaba de la silla y saludaba a las señoras enseñando unos dientes negros y gastados y una lengua blanca y ajada las señoras le devolvían el saludo que simpáticas
Qué caballero qué caballero.
Le vi en la calle del Gato
se miraba en los espejos gastados los cangrejos y después con ellos mismos se peinaba el pelo Le seguí
Se descalzó a unos cincuenta metros de la parada del 36 en la calle Olivo
Yo no recogí los zapatos, estaban nuevos Leandro, estaban nuevos y no eran baratos
Caminaba con soltura con la cara hacia el cielo como yo cuando duermo y a veces, entre estornudo y un moco que sale, extendía el brazo y dejaba en el poyete de cualquier ventana un ladrillo.
Un ladrillo traído de su mar, de sus corrientes y mareas, aún me faltan 18 para dejarla ciega le decían los contrariados habitantes del hogar
Cruzó la esquina del kiosko de Manuel que aún entonces no había cumplido los 40 (ya sabes que así era cordial y generoso) y le saludó como lo hacen en Dinamarca.
Yo ya estaba cansado tenía hambre cuando sucedió.
Sonó plaf como si fuera una tarta yo no podía creerlo
El cangrejo izquierdo había saltado al suelo
En un primer instante el ladrillero no se percató (iba entusiasmado pensando en una piedra pequeña y roja como rubí que esperaba encontrar entre los posos de café de donde Paco)
El cangrejo había quedado panza arriba como yo cuando duermo, y cerraba y abría las pinzas que se me antojaron castañuelas, madremia que espectáculo horrible cuando vi caer el cangrejo derecho, te prometo que un escalofrío me recorrió la columna.
El ladrillero tampoco se percató (iba entusiasmado con una canción del bueno de Powel) el cangrejo derecho se acercó enseguida al izquierdo que continuaba como kafka al despertar de ese monstruoso sueño en el que se creyó persona
Pero no hablaron, el muy cabrón aplastó con sus pinzas los ojitos negros y cesaron las castañuelas
Joder, vomité de pena y cogí uno de los ladrillos que Leandro había colocado en una ventana
Aún lo observaban una señora y su hijo (ya que le estaba brotando como un cable de Auna) y me amonestaron duramente, yo no hice más caso
Corrí hacia Leandro
Se dio la vuelta al oirme gritar
Levantó sus brazos musculosos, yo no sé si pensaba abrazarme, sí seguramente,
Pero yo No quiero amor y su ladrillo que yo portaba le reventé la cabeza pobres cangrejos
Uno en la acera como música muerta el otro doblando una esquina donde irás

domingo, 21 de septiembre de 2008

Calada

Sergio

Antes, al coger un cigarro del paquete, he visto, por un momento, a los otros que han quedado como muertes esperando.
Tiesos e impasibles miraban de lado, queriéndose ocultar en el interior de la cajetilla; no notaban su propia presencia y sí evitaban la mía; huirían de mis labios y de la combustión.
Al cerrar la cajetilla no duermen tranquilos; en la oscuridad no tiemblan; esperan de nuevo la tapa que se abre y es, entonces, el miedo a la luz, el terror a aquellos labios a la altura de un sol al que se aproximan en fila y luego calada.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Baile de mano y cara

Sergio


Una mano se abalanzó sobre una cara y después de pisarle cada músculo con sus dedos le tapó los ojos.
La cara comenzó a mover la mandíbula inferior hacia abajo y a los lados. Así pretendía zafarse de la mano. Como entendió que ese era un movimiento estúpido comenzó a girarse bruscamente hacia uno y otro lado.
La mano estaba bien sujeta a las sienes y casi se soltaba en algunos bandazos. El baile duró unos minutos. Cada vez la cara se movía más lentamente, a causa del cansancio. Finalmente cesó. Transcurrieron unos segundos de calma. De repente de la boca asomó la lengua. Con la punta tocó el labio superior. Lo tanteó. Retrocedió al interior y salió hacia arriba, el rostro entero se inclinó hacia el cielo para ayudar a la lengua a alcanzar la mano.
Entonces la mano descendió despacio por el rostro sobre la nariz y las mejillas y cuando la lengua fue alcanzada por ese tacto áspero retrocedió y se ocultó en la boca al cobijo de los dientes apretados. La mano quedó sobre los labios cerrados.
Se abrieron los párpados y las pupilas se contrajeron. Por el cielo viajaba la mirada y después bajó. Allí estaban los dedos que se acercaban a la oreja y la palma sobre los labios. Los labios que se abren y ahora la lengua sin miedo choca contra la palma y empuja.
Los dedos, separados unos de otros, crecen hacia las pestañas y las acarician levemente. La mano entera gira y las pestañas apenas sienten la suavidad de las uñas; y, cuando la boca, liberada, quiere pronunciar una palabra, entonces, sólo hay alguien que guarda la mano en aquel oscuro espacio donde debiera estar el rostro.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Última circular de la comunidad

Sergio

Estos últimos días habrán percibido en el Portero un aumento en la necesidad de ocultar el temblor de sus manos. Les habrá bastado observarle al abrir una puerta, recoger las bolsas de basura, estirarse sobre la escalera para cambiar una bombilla, regar las macetas de los rellanos... emperora rápidamente. Su temor a que le despidamos no es infundado. Nos descubre mirándole con lástima, agudiza el oido para escuchar los comentarios adversos una vez se cierra la puerta del ascensor, algunos niños no han disimulado sus burlas, de refilón a entendido el gesto inhibido de querer ayudarle a coger de entre el manojo de llaves la requerida con prisas.
Salgan de sus casas sin alboroto, mañana, a la hora acordada y que las puertas queden bien abiertas a sus espaldas.