viernes, 26 de diciembre de 2008

Mis mañanas

jminúscula

Toda lo noche han estado durmiendo éstos dos en la cama, les gusta tanto el contacto y se pasan la noche tan apoyados a mí, sino el uno el otro, que hasta parece que se suban encima. Y el despertador, el infernáculo mono-tono, ha sonado con puntualidad fascista[1], otra mañana más pegándome el madrugón. De un salto bajo de la cama. Aprovecho la pared para estirar todo el cuerpo, primero: las extremidades superiores, las estiro, saco y bajo pecho, ummmmmmm, ya está, relajo y ahora con las extremidades inferiores, uammmmmm, está bien, parece que algo me he desperezado.

Salgo de la habitación, aún con los estiramientos sigo medio dormido, tropiezo, ya se han vuelto a cruzar éstos, siempre deciden tomar el camino equivocado, el que se creen que yo haré. Ahora que he parado me limpio los ojos, me quito esas sólidas y crónicas legañas. Me acerco a la cocina, lo primero que hago al llegar es beber un poco de agua, es una costumbre que tengo desde hace tiempo, cuestión de hábitos. A continuación espero solicito y agradecido junto al cuenco rojo a que Julio me eche la comida, tomo mi pienso seco, voy al cagadero, tapo las excreciones empujando la arena con la pata, maúllo de felicidad y echo a correr.

[1] El personaje piensa que el despertador es una herramienta y filosofía fascista. Marca los ritmos haciéndolos antinaturales, a lo que hay que añadir que al interrumpir el sueño nos puede robar el alma, provocar un síncope o quedarnos tontos.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Receta para no escuchar

Sergio


Por mucho que aporreara la puerta no conseguiría cambiarle de parecer. Y tampoco se iba a hacer de miel por mucho que lloriquease y moqueara suplicando por el amor de dios. Que bajase él del cielo para ayudarle si quería, Luisa ni por asomo volvería a escucharle. Encendió la tele y subió el volumen. En su cocina americana se dispuso a preparar la cena. Con un cuchillo comenzó a trocear cebolla. Los golpes en la puerta eran casi continuos y, a veces, tras una breve pausa que presagiaba el abandono, volvían con más ímpetu y acompañados por alaridos rabiosos que podrían dar miedo a cualquiera. Pero Luisa los conocía bien y la costumbre le permitía cortar ahora un pimiento verde en rodajas finas, sin el más mínimo temblor en sus manos. Puso al fuego la sartén con aceite mientras escuchaba como, afuera, gemía y pedía por favor que le dejase pasar. Cuando echó una cabeza de ajo partida por la mitad pensó que iba a reventar la puerta con esas patadas que le estaba propinando. Olía estupendamente el sofrito al agregar las setas troceadas, el perejil y la pimienta. Escuchó un ruido como de un cuerpo que se deja caer de espaldas bruscamente contra la puerta hasta quedar sentado en el suelo y, volcó el salteado de verduras en la fuente. De fuera, llegaban lamentos y suspiros y colocó sobre la mesita el plato con la mitad del salteado, un tenedor y unos colines. Se sirvió un vaso de vino tinto fresco y al ver la mitad de la fuente dudó en ceder. No se decidía. Tras la puerta tosía fuertemente. Como una autómata sirvió otro vaso de tinto. Titubeó unos instantes, mientras le parecía escuchar leves golpes en el suelo y joder, joder. Cogió otro plato, lo colocó en la mesita. Se dirigió a la puerta y, cuando ya tenía la mano en el pomo, se detuvo. Distinguió varias voces al otro lado. Parecían palabras de consuelo. Luisa se apresuró a bajar el volumen de la tele y, de nuevo, puso la oreja en la puerta. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu nombre? La voz le resultaba conocida, podría tratarse de cualquier vecino. Entonces observó por la mirilla: ya caminaban hacia la escalera, de espaldas a la puerta.
Volvió al sofá. Escudriñó su plato rebosante de salteado. El otro plato, vacío. En la encimera de la cocina, la fuente con la otra mitad de la cena.

Bueno.

Tenía mucha hambre. Ella podría con todo. Comió un bocado.

¡Está frío!, dijo. Dejó el tenedor.

Acercó despacio la mano a la boca. Escupió la comida sobre la palma. Se sorprendió al ver cómo temblaba y cerró el puño con fuerza.

Cambió de canal varias veces sin detenerse en ninguno. Estaba asustada. Por un momento creyó haberse quedado sorda.

martes, 9 de diciembre de 2008

Terrazas

JuanP


Vivía en un tercer piso. Con aquella terraza laaaaarga larga, pero estreeeecha estrecha. Las copas de los pinos del jardín colectivo rozaban la barandilla, y a veces trataba de coger alguna de sus ramas. Estiraba su mano y entonces el árbol se balanceaba, como jugando con él a voluntad. Aquella tarde hacía frío, pero el sol todavía estaba en lo alto y bañaba aquel rincón, provocando un calor tibio y reconfortante. Recostó sus antebrazos sobre el gélido metal de la baranda, y apoyó sobre sus manos la barbilla. Miraba a lo lejos, sin un punto fijo. Tenía mocos, y aprovechó para trasladarlos de la nariz a la boca con un sonoro carraspeo. Se puso de puntillas y logró sacar su cabeza a la parte de afuera, como el día que salió de su madre, con la coronilla por delante. Intentó apuntar para dar sobre una hoja seca abandonada en medio de la pequeña acera de hormigón que unía el césped con la pared de ladrillos del edificio, una que el viento aún no había decidido sacar a bailar. El líquido viscoso salió de su boca. Su lengua lo había acorralado, y sus labios, apretados como si fueran a dar un beso, lo impulsaron rozándolo casi con amor. Entonces salió despedido, caída abajo, a toda velocidad. Todo lo demás parecía ir a cámara lenta. Se alejaba. Justo en aquel instante, (él) escuchó la voz de su madre, que desde el interior de la casa le llamaba. La voz. Su madre. En ese momento, y no antes, notó de repente el frescor cortante de las tardes de diciembre, la humedad de las primeras horas de la tarde, el frío del aluminio del pasamanos, el molesto catarro que le dejaba escocidas las aletas nasales y ese dolor agudo tan molesto justo en el entrecejo. Tiritó, y entró en la casa a todo correr. Su escupitajo voló como un kamikaze, y erró el blanco.

martes, 2 de diciembre de 2008

El autobús

jminúscula


Si quiero coger ese autobús que me lleva a la GranCapital tengo que darme mucha prisa, ir muy rápido. Me pongo el abrigo, empujo la puerta dando un gran golpazo no intencionado que resuena como un trueno en todo el portal.

Aprovechando la inercia que llevo intento emular a Carl Lewis para saltar los siete escalones que forman el primer tramo de la escalera, intento fallido, hinco las rodillas en el penúltimo escalón, el resto del cuerpo se vence hacia delante, freno de bruces contra la pared de gotelet, desollones en las rodillas, raspones en la manos, y la cara marcada de cráteres producidos por el dibujo de la pared, no pasa nada, cogeré ese autobús.
Cambio de estrategia. Decido otro modelo a imitar que me traiga más suerte en esta bajada, escojo como ejemplo a mi abuela y decido bajar los escalones de uno en uno y con paso firme, seguro pero lento.

Consigo bajar los seis tramos de siete escalones, seguro pero lento, abro la primera puerta del portal, la dejo caer, bajo como un cohete la rampa de minusválidos y aprovecho que está entornada la segunda puerta para colarme a toda velocidad como un espía, me golpeo la espalda contra el pomo de la puerta, no pasa nada, mañana moratón.

Tengo que conseguir alcanzar ese autobús, ya estoy en la calle, parezco un gamo, jalo sin mirar atrás, ni adelante, ni a los lados, ahora sí que soy El Hijo del Viento. Cruzo la calle a tumba abierta, no miro, no pienso, tengo que coger ese autobús, las personas y otro mobiliario urbano aparecen ante mis ojos como exhalaciones, soy una locomotora, siento en mi cadera un fuerte golpe, no pasa nada, no miro atrás, tengo que alcanzar ese autobús.

Corro por delante de mi parada, el autobús ya ha pasado, pero sigo corriendo, voy a la siguiente marquesina, avanzo lo más rápido que puedo, las suelas de las zapatillas se me empiezan a derretir y a fundir con el suelo, ¿efecto de la velocidad? No, mediados de agosto.

Cuando vuelvo a casa, escucho a un vecino comentar a la mujer que pasea un perro, que esta tarde un loco corriendo ha dado un golpe a una anciana sentada en un bordillo alto, que se ha caído encima de un ciclista, que ha derrapado, y se abalanzado sobre el capó de un coche que ha intentado esquivarle y ha chocado contra otro coche aparcado. La anciana se ha roto la cadera, el ciclista ha muerto empotrado entre los dos coches, la conductora mortífera ha sido atendida por los servicios de emergencia por un ataque de ansiedad.

Por fin llego a casa, menos mal que conseguí coger el autobús.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Bestiario (1ª entrega)

Ojosdepato y Corchopan


1.

ARONDATO: de la familia de la hipotenusa y el triángulo isósceles, sus lados cóncavos confunden a los aritméticos.
JARCA: animal muy usado para cruzar los ríos de la península.

Eusebia y Financio se dirigían al pueblo de los panes. Aunque no eran aritméticos no comprendían cómo habían fallado en el cálculo del arondato. Según el itinerario trazado, tendrían que haber cruzado Ríopestañas hacía dos días y, sin embargo, arrastraban a la jarca con paciencia por las estepas ibéricas, con lo que le costaba andar fuera de los ríos. Según la mediana hipotenusa, el cóncavo lado trazado en su mapa, esto es, el arondato, debía ser proporcional al extremo más corto del triángulo isósceles detallado por los sabios de la aldea que herraron a su jarca. Así, confundidos, se miraron y decidieron entrenarse en el tiro con onda.

2.

FABRICOLA: pegamento que dura tres horas.
PINÁNCULO: especio de pino que crece en el culo de los guardas forestales.

Un din don guardia forestal se cruzó un din dan bosque en un don día. Doliale un pinánculo muy arraigado que tenía y no podía sino arrascarse por el gran picor que le producía. A cada paso que daba a din don guardia el pinánculo más le crecía y pensó en una estrategia para poder librarse de él. Vio una piedra en el din don camino pero sentar en ella no pudo así que parose a reflexionar larga y tendidamente.
¡Eureka! pronunció al fin din don guardia, en su bolso de trabajo portaba una barra de fabricota. Miró la piedra, miró su culo y pegó una ramita del pinánculo en la piedra del don camino. Empujó con din don fuerza cuando en tres horas estaba bien fijado el pegamento. Hace ya más de tres meses que din don guardia sigue al lado de esa piedra, al lado del din don camino y con un buen tronco saliéndole del culo.

3.
VISOJO
: dícese de la hoja del arbusto cuyos frutos pareados parecen ojos.

Era tan pequeño, tan pequeño, que era insignificante al lado de aquellos baoabs de hojas enormes y galantes. Era delgado y de su tronco sólo salía una ramita también bastante insignificante. Los baoabs se reían y se burlaban del pequeño visojo día tras día. Pasaron años, siglos y minuetos. No puedo olvidar como petrificados los baoabs habían quedado cuando, un buen día, los frutos del visojo florecieron, miraron a los árboles grandes y acto seguido quedaron con los bromos petificios.



4.
LEOSTERA: dícese de una mujer muy salvaje, muy leona y con chistera.

En los bosques del norte de esta comarca, encontró Discanelo fluidos extraños sobre los troncos de los viejos árboles. Cómo quiso investigar a quién pertenecían terminó como conejo en el interior de la chistera de Leostera, la muy leona, donde vivió durante tres años tomando nota de sus salvajes quehaceres.

5.
MIMBRANCIO: instrumento de mimbre y branquias de anguila que suena acercándolo a una cascada.

Un mismo sonido que un viento arrastraba cubriendo toda una montaña. En el río, bajo una cascada, Guerflin, un hombrecillo de orejas puntiagudas tocaba el mimbrancio tan dulcemente que conseguía enamorar a las ranitas que había alrededor, embelesando a todo ser viviente.
Pero sus sonidos no eran de amor, eran de angustia, de agonía que crecía cada día en su corazón. Los Plerpot habían destruído su poblado dejándolo desolado, el único superviviente era él. Tocaría y tocaría hasta que la última gota de sangre que sude por su aliento lo tumbe, dándole muerte.

6.
RISEDA: en la antigua china dícese de la pitonisa que vestida de seda del futuro se reía.

Preocupado y silencioso había emprendido Lee Xan el camino al oráculo. La tragedia acechaba a su aldea y había sido elegido para averiguar su destino y poder cambiarlo. Una noche en que no podía dormir porque se encontraba perdido escuchó una risa traída por el viento. Asustado, medio dormido, se puso en pie mirando el cielo, entonces de una lechuza escuchó: ¡Riseda! ¡Riseda! Y Lee Xan comenzó a temblar y a reírse a carcajadas ahogando en el aire la otra risa. Comprendió y no buscó más.

jueves, 13 de noviembre de 2008

el hijoputa

chaval

El hijoputa habia estrenado unas gafas de tonto de los cojones ke te cagas. le habían costado dos mil duros asi ke las llevaba en la cara contento y guapo como un hijoputa ke era. bien estirao y con pinta de jilipollas pero a el se la sudaba. ke iba a hacer era un palurdo conestilo. tres cientos coños le perseguian por el dia y seis cientos por la noche: por la noche era realmente un hijoputa de primera. pa verle visto consiguiendo los dos mil duros, o ke te pensabas milindres, este hijoputa no es un pelma de esos ke tu conoces y ke se la menea por ai con la mirada perdida. pa verle visto la mano abierta, buena oxtia la vieja al suelo a 50 metros del cajero tu. ya esta los dos mil duros en el bolsillo la vieja en el suelo. alla mierda keda atrás . si te digo keste es un hijoputa de los de aquellos tu. mira ke te salta a voz de ya si le jodes algo ya sea poco o sea lo ke sea. alla te salta y te reza antes y despues te escupe, ke es un maska tu te lo digo. pero mira ke ya hace dos días que le trinke allí donde juegan a ke te rompo. iba yo con mi pincha porke le andaba buscando ke yo no suelo llevar grescas y alli le vi y con sus cabrones hacían el mal. joder la sangre hervía en mis venas pinchadas y le salte todos mirando mis vueltas acojonados ke saben ke yo si voy kemo y le rebane mientras corrian vacios de valor y me sente a su lado viendo la sangre del hijoputa y le puse las gafas ke le habían saltado pa ke me viera bien y antes de su ultimo y jodido suspiro le dije no jodas a la vieja tu. aun me da la comida perro.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

Mariola

jminúscula


Los guantes y el gorro, los calcetines y las botas, el abrigo, el jersey y los pantalones, esa camiseta interior tan calentita y los leotardos, el sujetador y el tanga, ay Mariola, aire frío en estas calles en invierno. El escobón y la pala, el carro con sus cubos, ya estás lista para trabajar Mariola.

Barrer, barre poco y mal pero Mariola habla con Antonio el borrachín, escucha a Pepe el parlachín, con Asun trata de comidas, se para con Joaquina, habla con los negros, con los blancos, se preocupa por los chinos, por la bruja, por la puta y por el anarquista de la esquina, se para con lamari, con la choni, con el toni, con la jeni y con el jony, a los fumetas del parque les dice: No fuméis tanto que os vais a quedar tontos; a los estudiantes de la biblioteca les comenta: No estudies tanto que os vais a quedar tontos.

Cuando acaba la jornada, ya en casa, se quita los guantes, el gorro, los calcetines y las botas, el abrigo, el jersey y los pantalones, esa camiseta interior tan calentita y los leotardos, el sujetador y el tanga, y se pone ese pijama que a mí me gusta tanto, ay Mariola. Enciende un porro y abre un libro.

Los vecinos de la zona donde trabaja Mariola han decidido limpiar el barrio entre ellos. Les gusta Mariola.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Frente a esta máquina


sergio


Frente a esta máquina,
ante esta máquina mis segundos se hacen arena
arena que no obstruye esta máquina,
esta máquina que hace de mis dedos cables de la máquina,
de mis venas flujo de búsquedas que llevan
al ocaso de la luz, en mis ojos
astros que rotan en su bóveda,
pálida aventura de una inteligencia nueva,
progreso que abrasa la tierra pasada;

frente a esta máquina, solo, oigo su respiración:
el ventilador no ahoga el zumbido íntimo de su esencia mecánica;
frente a esta máquina me reseteo como un incendio que renace
oponiéndose a la ceniza amiga,

hay un lamento que es como un crujir de dientes
hay un lamento que no nace en mi ser ni esta solo ante la máquina
hay una oxtia en la boca llena de dientes tristes de leche
hay balbuceos que recuerdan un canto a la madre muerta,
a la máquina que contempla su imagen atónita.


martes, 21 de octubre de 2008

El escondite

Sergio


Entraba luz por los agujeros de la caja que servían de asa. Dentro Iman respiraba el olor a cartón. Le resultaba confortable su escondite. Oculta de las otras niñas que jugaban y del resto de personas que pasaban cerca de ella, secreta, aislada, se encontraba a gusto. Escuchaba breves diálogos y gritos de las niñas en el exterior que se nombraban cuando eran descubiertas. Algunas se negaban a salir de sus escondrijos porque no habían sido identificadas correctamente. Ella contenía la respiración y se concentraba en no rozar la caja al cambiar la posición de las piernas agarrotadas por la prolongada inmovilidad.

Era fantástico estar allí dentro. Sentirse invisible en la plaza llena de gente le producía una extrañeza de si misma. Cerraba los ojos y quedaba más vulnerable a sus propios pensamientos. Éstos comenzaron a transportarla a los tiempos en que los hombres vivían en cavernas. Sintió frío. Percibió humedad, quizá de su mismo aliento y de la transpiración de su piel. Sentada con las rodillas flexionadas hundidas en el pecho, recordó a su perrita Almendra nerviosa en el interior de la jaula de viaje. Imitó su forma de llorar, esos quejidos agudos contrayendo la garganta y, de repente, notó ganas de orinar. Contuvo el impulso de salir fuera ladrando y lloriqueando y se llamó tonta a si misma: por ese juego de su imaginación podría haber sido descubierta.

Durante largos segundos o quizá minutos se esforzó en no pensar en nada. Intentó dejar en blanco su mente. A través de los ojos entornados se fijaba en las rugosidades del cartón. Pronto sintió hormigueo en las plantas de los pies y las voces y los otros sonidos del exterior fueron perdiendo viveza e iban quedando en sordina, como distantes, llegando de otra realidad que se alejaba. Su cuerpo comenzó a relajarse. Separó las rodillas, adelantó los pies, clavó los codos, levantó la cabeza, la caja comenzó a ceder a la presión, se deformó levemente. Escuchó a Sucra gritar ¡ahí hay alguien!, y también a Lucía ¡tiene que ser Iman o Norah!. Imán levantó la caja y volcándola hacia atrás quedó bruscamente en pie ante sus dos amigas. Se miraron con los ojos muy abiertos. Ninguna pronunció palabra. Imán corrió hacia su casa con la esperanza de que su madre sí la reconociese.

lunes, 13 de octubre de 2008

No va a detenerse

Sergio.

Entre un montón de papeles escritos movía los ojos y ya se mareaba. Letras frases nombres adjetivos indicaciones preguntas casillas escriba en letra de imprenta notas a pie de página letra pequeña números entre paréntesis subrayados cursivas negritas condicionales afirmaciones exhortaciones. Hizo una pelota y lanzamiento a través de la ventana. Cerrando la puerta tras de sí un estruendo en la escalera intencionado. Ella bajando su mano en cada timbre ojos en las mirillas no giran los pomos. Ella ríe ríe ríe y su juicio intacto. Sentada los peldaños fríos pero los papeles imposibles qué locos los han creado y se tumba y locos grita locos. Vecindad cada cual en su casa encierro ajena a todo pero el miedo y los teléfonos con bocas pegadas. En la calle aquellos autorizados a sentirse dueños del orden con armas uniformes autorizados a detener la alegría de amarse a sí misma lo suficiente que aparece por el portal y no va a detenerse no va a detenerse ella no va a detenerse.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Lo natural

jminúscula

Había hecho los calentamientos y estirado en el vestuario, mientras rezaba el rosario, besaba el medallón de oro con la imagen de la virgen de su pueblo que siempre llevaba colgado en el cuello. Vestido de traje de luces rosa y amarillo, esperaba impaciente pero sereno las cinco de la tarde, hoy iba a ser su día.

El Niño de Rancio esperó en el coso al toro, enfrente de la puerta de los toriles, una rodilla hincada en la arena, la otra pierna con el pie firmemente plantado en el suelo. Se abren las puertas, de cara viene corriendo un morlaco de 600 kg, lucero, de cornamenta cornigacho, negro azabache, que como una locomotora se lanza hacia la muleta roja del torero, impecable puerta gayola. El toro bravo y bueno en la muleta se deja torear, parece un baile, cada muletazo dibujaba en la arena un cuadro de valentía.

Esta era su tarde, se metió entre pitones para rematar por el toreo de cercanías, esta era su tarde, tenía que arriesgar, esto es una danza, y yo un bailador; tuvo una cornada perianal de entrada de 10 centímetros, el toro le lanzó por los aires hasta dos metros, cuando calló le golpeó con la testa mientras le revolcaba por toda la plaza, la cuadrilla intentaba despistar al toro con sus pálidas muletas rosas, el morlaco de 600 kg, le pisó el pecho hundiendo todas las costillas del torero, y cuando le pisó la cabeza sonó un crujido que, junto con último suspiro del artista, formaron un pasodoble.

Las médicos solo pudieron certificar su muerte, tenía heridas incompatibles con la vida. Esta tarde, en la fiesta nacional, murió la bestia.

lunes, 6 de octubre de 2008

Soneto y Silva Libre

María

EL SILENCIO

Tú, silencio, eres todo si escuchamos
tienes paz, música, ruido, voz, calma.
Un manantial y remanso para el alma,
rincón de sentimientos que callamos.

Habitas en lo mas profundo del ser
leal, prudente melodia de secretos
oculto encubridor de aquellos retos
luces y sombras, cobijo de un querer.

Sigue ahí, en la espera zambullido
por compases y balanceos de la vida,
esperando el abrazo en tu sonido.

Enredarse a tí, quisiera la hiedra,
con tu sereno callar sin medida
en busca de conciencias de piedra.


LAYCA

En su mirada limpia
puedo ver la suciedad del mundo
la mentira, el egoismo,
falsedad, desprecios, almas duras,
de corazón frio mármol.
Ella con alma de perro es mejor.
Espera como el día,
la noche, las caricias verdaderas,
más, que la comida, más
mucho más, que una buena cama
sin exigir ni prisas
pero en su mirada se puede ver
el brillo del amable
trato recibido o negado y mira.
No habla, y lo dice todo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Tragedia griega

jminúscula

Esta noche me visitó el Oráculo, el mensaje era confuso pero sembró en mi alma un gran desasosiego. Pronto desperté, el día estaba revuelto, mis impulsos me acercaron a la Casa de Lectos, en donde, una vez más estaba vetado de tomar prestado lo que, en Alejandría tardó tanto en acumular y tan poco en arder. Mis dedos se deslizaron torpemente por los lomos de aquellos libros, cual fue mi sorpresar cuando el índice no pudo pasar de un tomo en el que en letras doradas rezaba: SOFOCLES. Como si fuera nueva la historia para mí, ávidamente devoré aquellas hojas, finas, casi polvo, hasta el final. Quise buscar un broche de oro, sacarme los ojos, dejar de ver, levanté la mirada, otee a mi alredor, pero solo vi un sudamericano cincuentón vestido de segurata durmiendo en un sillón de lectura, un gigante fascistoide haciendo que estudiaba y un opositor aspirante a profesor perdido en un mar de apuntes: ME QUEDA MUCHO QUE VER, ni broche ni hostias, que se saquen los ojos ellos, que se destierren o se suiciden, a mí me la pela.


Sinopsis mostoleña: En un local enfrente de mi casa unos obreros obstinados tiraban el muro abajo con una machota, me cagué en dios, temprana hora, me vestí, no me asee claro, tiré millas por las calles del guetto, acabé en la biblioteca, lugar de estudiantes, aspirantes a funcionarios, parados y ratas de lectura, ví a un tipo durmiendo, esto solo pasa en Móstoles pensé, al rato un rapao aprendiendo a leer para ser segurata de la renfe, no les mires a los ojos que te van a pegar, esto es el guetto.


P.D.: Una tragedia griega es que te la claven por el ojal, ojete u ohaio sin consentimiento ni placer.

jueves, 25 de septiembre de 2008

No puedes engañarte

Sergio

Dices que lo intentas por segunda vez. Coges la foto. Detenidamente observas en la barbilla aquella pequeña cicatriz, el leve rictus en la sonrisa, los ojos preguntones y, más arriba, ya te esfuerzas en descifrar el mensaje. Su endiablada caligrafía cruza la frente. Se extiende más allá de los occipitales. El alfabeto te resulta incomprensible aunque lo sientes molestamente ligado a ti. Dices que sobre su frente ese texto ilegible usurpa el lugar de tus caricias, el apoyo de tu pecho. Juras que hubieses preferido sobre su rostro la letra clara de un desconocido antes que esa letra suya incomprensible. Que desde su trazado caótico apunta hacia tu memoria y despliega, una a una, ante tu entendimiento, las últimas palabras que escuchó de ti.
No me dices que despiertas del sueño justo cuando coges de nuevo la foto para intentarlo una vez más, porque escucharse hace daño y es más fácil no entender. Sé que me lo ocultas a sabiendas de que a mi no me puedes engañar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Leandro Requesta

Sergio


Leandro Requesta, ¿te sonará este nombre?
¿Le recuerdas? Aquellas manos como cangrejos ermitaños
aquellos callos horribles que eran gloria para él
si te alcanzo con estos te cambio la jeta
y como cogía la jarras parecían ladrillos de cebada
y al hablar y al beber y al fumar todo temblaba
todo se volvía morao morao morao
le mirábamos todos entre divertidos y asustados y algún atrevido le enganchaba el brazo poderoso y le soplaba en la punta de la nariz
El ladrillero con su carretilla su gorra su cigarro
Entonces él saltaba de la silla y saludaba a las señoras enseñando unos dientes negros y gastados y una lengua blanca y ajada las señoras le devolvían el saludo que simpáticas
Qué caballero qué caballero.
Le vi en la calle del Gato
se miraba en los espejos gastados los cangrejos y después con ellos mismos se peinaba el pelo Le seguí
Se descalzó a unos cincuenta metros de la parada del 36 en la calle Olivo
Yo no recogí los zapatos, estaban nuevos Leandro, estaban nuevos y no eran baratos
Caminaba con soltura con la cara hacia el cielo como yo cuando duermo y a veces, entre estornudo y un moco que sale, extendía el brazo y dejaba en el poyete de cualquier ventana un ladrillo.
Un ladrillo traído de su mar, de sus corrientes y mareas, aún me faltan 18 para dejarla ciega le decían los contrariados habitantes del hogar
Cruzó la esquina del kiosko de Manuel que aún entonces no había cumplido los 40 (ya sabes que así era cordial y generoso) y le saludó como lo hacen en Dinamarca.
Yo ya estaba cansado tenía hambre cuando sucedió.
Sonó plaf como si fuera una tarta yo no podía creerlo
El cangrejo izquierdo había saltado al suelo
En un primer instante el ladrillero no se percató (iba entusiasmado pensando en una piedra pequeña y roja como rubí que esperaba encontrar entre los posos de café de donde Paco)
El cangrejo había quedado panza arriba como yo cuando duermo, y cerraba y abría las pinzas que se me antojaron castañuelas, madremia que espectáculo horrible cuando vi caer el cangrejo derecho, te prometo que un escalofrío me recorrió la columna.
El ladrillero tampoco se percató (iba entusiasmado con una canción del bueno de Powel) el cangrejo derecho se acercó enseguida al izquierdo que continuaba como kafka al despertar de ese monstruoso sueño en el que se creyó persona
Pero no hablaron, el muy cabrón aplastó con sus pinzas los ojitos negros y cesaron las castañuelas
Joder, vomité de pena y cogí uno de los ladrillos que Leandro había colocado en una ventana
Aún lo observaban una señora y su hijo (ya que le estaba brotando como un cable de Auna) y me amonestaron duramente, yo no hice más caso
Corrí hacia Leandro
Se dio la vuelta al oirme gritar
Levantó sus brazos musculosos, yo no sé si pensaba abrazarme, sí seguramente,
Pero yo No quiero amor y su ladrillo que yo portaba le reventé la cabeza pobres cangrejos
Uno en la acera como música muerta el otro doblando una esquina donde irás

domingo, 21 de septiembre de 2008

Calada

Sergio

Antes, al coger un cigarro del paquete, he visto, por un momento, a los otros que han quedado como muertes esperando.
Tiesos e impasibles miraban de lado, queriéndose ocultar en el interior de la cajetilla; no notaban su propia presencia y sí evitaban la mía; huirían de mis labios y de la combustión.
Al cerrar la cajetilla no duermen tranquilos; en la oscuridad no tiemblan; esperan de nuevo la tapa que se abre y es, entonces, el miedo a la luz, el terror a aquellos labios a la altura de un sol al que se aproximan en fila y luego calada.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Baile de mano y cara

Sergio


Una mano se abalanzó sobre una cara y después de pisarle cada músculo con sus dedos le tapó los ojos.
La cara comenzó a mover la mandíbula inferior hacia abajo y a los lados. Así pretendía zafarse de la mano. Como entendió que ese era un movimiento estúpido comenzó a girarse bruscamente hacia uno y otro lado.
La mano estaba bien sujeta a las sienes y casi se soltaba en algunos bandazos. El baile duró unos minutos. Cada vez la cara se movía más lentamente, a causa del cansancio. Finalmente cesó. Transcurrieron unos segundos de calma. De repente de la boca asomó la lengua. Con la punta tocó el labio superior. Lo tanteó. Retrocedió al interior y salió hacia arriba, el rostro entero se inclinó hacia el cielo para ayudar a la lengua a alcanzar la mano.
Entonces la mano descendió despacio por el rostro sobre la nariz y las mejillas y cuando la lengua fue alcanzada por ese tacto áspero retrocedió y se ocultó en la boca al cobijo de los dientes apretados. La mano quedó sobre los labios cerrados.
Se abrieron los párpados y las pupilas se contrajeron. Por el cielo viajaba la mirada y después bajó. Allí estaban los dedos que se acercaban a la oreja y la palma sobre los labios. Los labios que se abren y ahora la lengua sin miedo choca contra la palma y empuja.
Los dedos, separados unos de otros, crecen hacia las pestañas y las acarician levemente. La mano entera gira y las pestañas apenas sienten la suavidad de las uñas; y, cuando la boca, liberada, quiere pronunciar una palabra, entonces, sólo hay alguien que guarda la mano en aquel oscuro espacio donde debiera estar el rostro.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Última circular de la comunidad

Sergio

Estos últimos días habrán percibido en el Portero un aumento en la necesidad de ocultar el temblor de sus manos. Les habrá bastado observarle al abrir una puerta, recoger las bolsas de basura, estirarse sobre la escalera para cambiar una bombilla, regar las macetas de los rellanos... emperora rápidamente. Su temor a que le despidamos no es infundado. Nos descubre mirándole con lástima, agudiza el oido para escuchar los comentarios adversos una vez se cierra la puerta del ascensor, algunos niños no han disimulado sus burlas, de refilón a entendido el gesto inhibido de querer ayudarle a coger de entre el manojo de llaves la requerida con prisas.
Salgan de sus casas sin alboroto, mañana, a la hora acordada y que las puertas queden bien abiertas a sus espaldas.