martes, 21 de octubre de 2008

El escondite

Sergio


Entraba luz por los agujeros de la caja que servían de asa. Dentro Iman respiraba el olor a cartón. Le resultaba confortable su escondite. Oculta de las otras niñas que jugaban y del resto de personas que pasaban cerca de ella, secreta, aislada, se encontraba a gusto. Escuchaba breves diálogos y gritos de las niñas en el exterior que se nombraban cuando eran descubiertas. Algunas se negaban a salir de sus escondrijos porque no habían sido identificadas correctamente. Ella contenía la respiración y se concentraba en no rozar la caja al cambiar la posición de las piernas agarrotadas por la prolongada inmovilidad.

Era fantástico estar allí dentro. Sentirse invisible en la plaza llena de gente le producía una extrañeza de si misma. Cerraba los ojos y quedaba más vulnerable a sus propios pensamientos. Éstos comenzaron a transportarla a los tiempos en que los hombres vivían en cavernas. Sintió frío. Percibió humedad, quizá de su mismo aliento y de la transpiración de su piel. Sentada con las rodillas flexionadas hundidas en el pecho, recordó a su perrita Almendra nerviosa en el interior de la jaula de viaje. Imitó su forma de llorar, esos quejidos agudos contrayendo la garganta y, de repente, notó ganas de orinar. Contuvo el impulso de salir fuera ladrando y lloriqueando y se llamó tonta a si misma: por ese juego de su imaginación podría haber sido descubierta.

Durante largos segundos o quizá minutos se esforzó en no pensar en nada. Intentó dejar en blanco su mente. A través de los ojos entornados se fijaba en las rugosidades del cartón. Pronto sintió hormigueo en las plantas de los pies y las voces y los otros sonidos del exterior fueron perdiendo viveza e iban quedando en sordina, como distantes, llegando de otra realidad que se alejaba. Su cuerpo comenzó a relajarse. Separó las rodillas, adelantó los pies, clavó los codos, levantó la cabeza, la caja comenzó a ceder a la presión, se deformó levemente. Escuchó a Sucra gritar ¡ahí hay alguien!, y también a Lucía ¡tiene que ser Iman o Norah!. Imán levantó la caja y volcándola hacia atrás quedó bruscamente en pie ante sus dos amigas. Se miraron con los ojos muy abiertos. Ninguna pronunció palabra. Imán corrió hacia su casa con la esperanza de que su madre sí la reconociese.

2 comentarios:

Borja Echeverría Echeverría dijo...

A veces si te comportas como unhombre enamorado, te conviertes en uno, con los perros debe pasar lo mismo.
Gracias por enlazarme, yo hare lo mismo.

susana dijo...

muy sensitivo... no has usado solo el sentido de la vista como solemos pecar... me gusta este final explosivo y la sensación claustrofóbica constante.