jueves, 4 de marzo de 2010

¿Te parece bonito?

Sergio Álvarez Guillén

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Los pequeños dedos del niño se aferran al cuaderno.
La madre tira con fuerza del otro extremo.
El abuelo mueve la cabeza y finalmente dice:
-Ya te lo enseñará. ¿Para qué forzar al chico?
Entonces, con un definitivo tirón, la mujer se hace con el cuaderno y se vuelve hacia el viejo.
-Usted no debe meterse en esto.
Luego, mirando al chico:
-Un poco de control en esta casa es lo que hace falta.

El niño, de unos diez años, es flaco. La melena negra que endurece sus facciones, ya de por sí angulosas, no disimula el odio con que mira a su madre.

Esta mujer ha pedido la tarde libre en el trabajo para hablar con el profesor. El niño no atiende. El niño casi nunca trae los deberes hechos. El niño tiene problemas con sus compañeros. Es muy probable que el niño no apruebe el curso.

Ahora, sentada a la mesa, ojea el cuaderno. La cocina es estrecha y, sobre el estatante, hace tic tac el viejo reloj de manecillas. Su marido solía quejarse del poco espacio libre que la mesa y las sillas dejan en la cocina. Luís, el chaval, siempre estudia y hace los deberes en aquella mesa. Puestos a elegir otra mejor, no cabe duda: es la más espaciosa y la de altura más adecuada. La otra, la del salón, está frente al televisor. Además, podría rallarse el cristal.

Saliendo de la cocina, Luís le dedica a su abuelo una ambigua mirada. Este hombre ha presenciando la disputa apoyado en el quicio de la puerta. Se aparta un poco para dejar paso a su nieto, pero no entra al trapo.

-¡Pero, bueno! –exclama la madre pasando las hojas.- Abuelo, ¿quiere ver esto un momento?
El viejo se acerca hasta la silla. Apoya sus nudosas manos en el respaldo y se inclina hacia delante.
-¡Mire a qué se dedica su nieto!
El hombre se ajusta las gafas sobre la nariz.
-¡Tiene todo el cuaderno lleno de dibujitos estúpidos! –anuncia la mujer a la vecindad.
-Déjame ver un momento.
La mujer observa unos instantes a su suegro. Conviven provisionalmente desde hace algo más de un año. Luego, de mala gana, le entrega el cuaderno.
-¿Sabe? Su hijo era igualito a usted.

El abuelo, cuaderno en mano, se sienta en una silla, cerca de la mujer. Pasa las hojas de tal modo que su nuera pueda también verlas. Dibujos de extraños y a menudo deformes personajes se relacionan con pequeños textos a través de flechas.
-El chico dibuja los personajes que el mismo se inventa. Mira.
El dedo índice del viejo va seleccionando ilustraciones y textos. La madre sigue al dedo, intentando comprender.
De vez en cuando, aparece algún ejercicio de matemáticas, lleno de tachones.
-A veces, sí que procura hacer los deberes –atestigua el hombre cuyo dedo se ha detenido sobre un ejercicio.

La madre de Luís sondea los ojos grises y hundidos del abuelo. Aún es una mujer joven. Su otro hijo, que vive en el norte, llama por teléfono todas las semanas.
-Usted lo sabía.
A continuación, le arrebata el cuaderno y se levanta diciendo:
-No voy a permitir que malcríe a Luís -acaricia la tapa del cuaderno,- bastante lo hizo ya su padre.
El hombre se agarra las rodillas bajo la mesa.
Observa el reloj del estante.
-No se debe hablar así de los muertos –dice.
Sin embargo, la mujer parece no escucharle. Sale de la cocina gritando a Luís, golpeándose la palma de la mano con el cuaderno.
-¡Luís! ¡Luís, ven aquí, ahora mismo! A ti, ¿te parece bonito?

1 comentario:

susana dijo...

estupendo, pero me quedo con las ganas de ver ese cuaderno, de ver esos dibujos unidos a eso textos... y de tener ese abuelo.