lunes, 15 de diciembre de 2008

Receta para no escuchar

Sergio


Por mucho que aporreara la puerta no conseguiría cambiarle de parecer. Y tampoco se iba a hacer de miel por mucho que lloriquease y moqueara suplicando por el amor de dios. Que bajase él del cielo para ayudarle si quería, Luisa ni por asomo volvería a escucharle. Encendió la tele y subió el volumen. En su cocina americana se dispuso a preparar la cena. Con un cuchillo comenzó a trocear cebolla. Los golpes en la puerta eran casi continuos y, a veces, tras una breve pausa que presagiaba el abandono, volvían con más ímpetu y acompañados por alaridos rabiosos que podrían dar miedo a cualquiera. Pero Luisa los conocía bien y la costumbre le permitía cortar ahora un pimiento verde en rodajas finas, sin el más mínimo temblor en sus manos. Puso al fuego la sartén con aceite mientras escuchaba como, afuera, gemía y pedía por favor que le dejase pasar. Cuando echó una cabeza de ajo partida por la mitad pensó que iba a reventar la puerta con esas patadas que le estaba propinando. Olía estupendamente el sofrito al agregar las setas troceadas, el perejil y la pimienta. Escuchó un ruido como de un cuerpo que se deja caer de espaldas bruscamente contra la puerta hasta quedar sentado en el suelo y, volcó el salteado de verduras en la fuente. De fuera, llegaban lamentos y suspiros y colocó sobre la mesita el plato con la mitad del salteado, un tenedor y unos colines. Se sirvió un vaso de vino tinto fresco y al ver la mitad de la fuente dudó en ceder. No se decidía. Tras la puerta tosía fuertemente. Como una autómata sirvió otro vaso de tinto. Titubeó unos instantes, mientras le parecía escuchar leves golpes en el suelo y joder, joder. Cogió otro plato, lo colocó en la mesita. Se dirigió a la puerta y, cuando ya tenía la mano en el pomo, se detuvo. Distinguió varias voces al otro lado. Parecían palabras de consuelo. Luisa se apresuró a bajar el volumen de la tele y, de nuevo, puso la oreja en la puerta. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu nombre? La voz le resultaba conocida, podría tratarse de cualquier vecino. Entonces observó por la mirilla: ya caminaban hacia la escalera, de espaldas a la puerta.
Volvió al sofá. Escudriñó su plato rebosante de salteado. El otro plato, vacío. En la encimera de la cocina, la fuente con la otra mitad de la cena.

Bueno.

Tenía mucha hambre. Ella podría con todo. Comió un bocado.

¡Está frío!, dijo. Dejó el tenedor.

Acercó despacio la mano a la boca. Escupió la comida sobre la palma. Se sorprendió al ver cómo temblaba y cerró el puño con fuerza.

Cambió de canal varias veces sin detenerse en ninguno. Estaba asustada. Por un momento creyó haberse quedado sorda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Inquietante cabrón. Me lo he releído una y otra vez, inquietante.

Borja Echeverría Echeverría dijo...

Buena descripción de emociones.
Y además queda en suspenso.
Lo de la comida es un buen truco para los textos, atrapa al lector, a mi por lo menos me ha dado hambre.

Anónimo dijo...

jajjaa... a mi tambien me ha gustado la relacion de la comida con todo lo que sucede..interesante e inquietante... ta chan ta chan

susana dijo...

un tema difícil de abordad... me ha gustado como expones el tema de la dependencia sin nombrarla... deberíamos escribir más sobre esto, mucho más...