domingo, 31 de enero de 2010

Leo, bocadillo

Sergio Álvarez
Ya tenía hambre y no eran las dos. Sube la calle disfrutando el crujir de las hojas. La gente de una tienda a otra y luego a otra y luego a casa. Se saludan con desgana tras una inquietante alegría. No es este viento que desquicia; somos así haga el tiempo que haga.
El chaval de La Farola es más prolijo, no sé cuánto más sincero, buenos días señora, que tenga un buen día señor, en la puerta del supermercado. Sólo algunas personas devuelven un tímido saludo. Tras el retraimiento quizá las bolsas llenas de prescindibles y caros productos.
Enfrente, en la pequeña plaza, en el banco libre. Las sucias manos grasientas atenazan el bocadillo. Los dientes despacio mastican pan chorizo frío pimienta sangre grasa. Frente y mejillas tiznadas. No descansa. No trabaja. No existe si no le miran al dejar al negro atrás; no existe si no olfatea el perro sus pies; si no se quita las migas de encima del pantalón no existe. No existe si el viejo no se sienta su lado. Se echa hacia atrás la boina. El bastón entre sus rodillas. Ahora nos miramos un segundo. Después el negro nos lo pone fácil. Buenos días señora, gracias. Unas monedas y se va sin La Farola. Se gira hacia nosotros. Molesto. Saluda al anciano con la cabeza. Siento la cercanía de este hombre, lo huelo, en los pliegues de su piel reverbera el viento. Fija en el joven africano, su pupila.
Salen los últimos clientes. Cierran.
Me levanto. Me marcho sin siquiera mirarlos.
Desde la parada mira esa calle. Qué alegre parecía ayer. Unos minutos más tarde, desde el autobús, el viejo y el negro en el banco. Con los restos de su bocadillo por el suelo. Leen. Conversan. La calle se vacía.
Leo llena el autobús. Es un ciudadano. Saluda con la cabeza a la mujer que se sienta a su lado. Ella no dice nada, le basta con mirar al frente. Está tranquila. A su lado un trabajador. El mono. La suciedad. Bajo los pies la bolsa. Qué asco. No huele a persona esta mujer.

1 comentario:

Vazquéz dijo...

Buen relato, realista y cercano.