En un cuidado parque de una
urbanización privada, juegan unas niñas, todas vecinas. Cuando comienza a
lloviznar, dos de ellas, hermanas, corren a una zona cubierta, cerca de los
portales. Las otras, primero observan este rápido e inesperado movimiento y,
luego, hablan entre ellas muy excitadas. Gesticulan tal como hacen las actrices
de las series de televisión: arquean las cejas y doblan la boca y mueven arriba
y abajo los brazos.
A cubierto, en el porche, las hermanas
imitan a sus ídolos musicales interpretando sus canciones. Como las otras niñas
se acercan pero no dicen nada y, además, parecen muy serias, una de las
hermanas, la más pequeña, propone:
-Podéis jugar con nosotras, si
queréis.
-Aquí no se puede jugar… y menos a
cantar porque… molestáis.
-Pero, si cantamos bajito… y además,
¡está lloviendo!
-¡Ya!, pero… no podéis cantar esas
canciones porque la ropa que vestís ¡no pega!
Una de las hermanas se ajusta el velo
en la frente y explica:
-Mi padre es cirujano en el Hospital y,
nos ha dicho, que podemos cantar como las artistas de la tele, si queremos- así
se defiende la hermana mayor mientras termina de ajustarse el pañuelo en la
nuca.
Las niñas van formando un corro y ríen
y cuchichean.
-Bueno, sí, tu padre es médico -dice
una pequeña princesa rubia con trenzas a ambos lados de la hermosa cabeza- pero
vosotras ¿cómo queréis ser de mayores? ¿como vuestro padre o como vuestra
madre?
Entonces, hábilmente, la mayor de las
hermanas se quita el velo y suelta su pelo. Cae sobre sus hombros una cascada de
perfumada frescura azabache. Esto provoca en el corrillo un clamor
generalizado.
-Como mi madre –responde. -Tiene la
casa más limpia que la madre de tu compañera del cole, la suya.
Estallido de carcajadas entre las
niñas.
-Sí, ya sabéis que mi madre cuida a la
abuela de tu compañera –continúa. –Y, también, porque el pelo lo tiene mucho
más limpio y bonito que las demás.
En el inesperado silencio sepulcral
del corrillo, la turbación de la hermana pequeña es manifiesta. Observando esta
debilidad, una de las vecinas del corro, se arma de valor y quiere saber:
-Y ¿tu, Sukaina? ¿A quién te quieres
parecer cuando seas mayor? ¿A tu padre o a tu madre?
Sukaina baja los ojos al suelo y
aprieta los labios. Pero esto, tan sólo dura unos segundos.
-Yo… a mi padre. Porque, ¿sabéis?, él
canta mucho mejor que Ricki Ricardo.
* Relato escrito para el concurso ESCRIBE
IGUALDAD, de ACSUR-LAS SEGOVIAS.
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