Una mano se abalanzó sobre una cara y después de pisarle cada músculo con sus dedos le tapó los ojos.
La cara comenzó a mover la mandíbula inferior hacia abajo y a los lados. Así pretendía zafarse de la mano. Como entendió que ese era un movimiento estúpido comenzó a girarse bruscamente hacia uno y otro lado.
La mano estaba bien sujeta a las sienes y casi se soltaba en algunos bandazos. El baile duró unos minutos. Cada vez la cara se movía más lentamente, a causa del cansancio. Finalmente cesó. Transcurrieron unos segundos de calma. De repente de la boca asomó la lengua. Con la punta tocó el labio superior. Lo tanteó. Retrocedió al interior y salió hacia arriba, el rostro entero se inclinó hacia el cielo para ayudar a la lengua a alcanzar la mano.
Entonces la mano descendió despacio por el rostro sobre la nariz y las mejillas y cuando la lengua fue alcanzada por ese tacto áspero retrocedió y se ocultó en la boca al cobijo de los dientes apretados. La mano quedó sobre los labios cerrados.
Se abrieron los párpados y las pupilas se contrajeron. Por el cielo viajaba la mirada y después bajó. Allí estaban los dedos que se acercaban a la oreja y la palma sobre los labios. Los labios que se abren y ahora la lengua sin miedo choca contra la palma y empuja.
Los dedos, separados unos de otros, crecen hacia las pestañas y las acarician levemente. La mano entera gira y las pestañas apenas sienten la suavidad de las uñas; y, cuando la boca, liberada, quiere pronunciar una palabra, entonces, sólo hay alguien que guarda la mano en aquel oscuro espacio donde debiera estar el rostro.
La cara comenzó a mover la mandíbula inferior hacia abajo y a los lados. Así pretendía zafarse de la mano. Como entendió que ese era un movimiento estúpido comenzó a girarse bruscamente hacia uno y otro lado.
La mano estaba bien sujeta a las sienes y casi se soltaba en algunos bandazos. El baile duró unos minutos. Cada vez la cara se movía más lentamente, a causa del cansancio. Finalmente cesó. Transcurrieron unos segundos de calma. De repente de la boca asomó la lengua. Con la punta tocó el labio superior. Lo tanteó. Retrocedió al interior y salió hacia arriba, el rostro entero se inclinó hacia el cielo para ayudar a la lengua a alcanzar la mano.
Entonces la mano descendió despacio por el rostro sobre la nariz y las mejillas y cuando la lengua fue alcanzada por ese tacto áspero retrocedió y se ocultó en la boca al cobijo de los dientes apretados. La mano quedó sobre los labios cerrados.
Se abrieron los párpados y las pupilas se contrajeron. Por el cielo viajaba la mirada y después bajó. Allí estaban los dedos que se acercaban a la oreja y la palma sobre los labios. Los labios que se abren y ahora la lengua sin miedo choca contra la palma y empuja.
Los dedos, separados unos de otros, crecen hacia las pestañas y las acarician levemente. La mano entera gira y las pestañas apenas sienten la suavidad de las uñas; y, cuando la boca, liberada, quiere pronunciar una palabra, entonces, sólo hay alguien que guarda la mano en aquel oscuro espacio donde debiera estar el rostro.
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