Aquí no vendrá. Hoy no. No puede ser que venga. Pero, ¿y si acaso…? ¿Qué haré? Mis hermanos duermen. Yo no puedo siquiera tumbarme. Frente a la chimenea miro el fuego e intento calmar mi ansiedad. Me han pedido protección y yo les guardo. El miedo al lobo, ¿les permitirá dormir? Pero no, no le temen. Le han hecho frente y al final los ha dejado sin casa. Deben pensar que aquí están seguros, puesto que han venido. Hay buenos cimientos, los muros resistirían un tornado, las ventanas aíslan perfectamente. Mi casa es legal, compré la tierra, pagué impuestos, contraté un arquitecto, pedí un préstamo y pago mis plazos puntualmente, por eso aquí no vendrá, no puede ser que venga. Así que creo que dormirán, saben que yo no hice como ellos, saben que yo cumplí con el lobo y levanté esta casa con todas las de su ley. A ellos ha podido arrebatarles sus hogares pero a mí no podrá, al menos de momento por que… pero no, todavía no vendrá.
Les aconsejé que no cumplieran su propósito, que quizá no resistirían, pero ellos qué otra cosa podían hacer, nunca han tenido dinero suficiente y además nunca han querido someterse a las reglas de este juego despiadado del lobo. El más joven rehabilitó y ocupó aquella vieja casa abandonada y el mediano construyó con sus propias manos aquella humilde casita en un rincón olvidado. Ahora el lobo las ha tirado, les ha dejado sin techo y han acudido a mí, a guardarse entre estos gruesos ladrillos entre los que se creen a salvo.
Pero yo sé qué es posible que aquí también venga, no hoy, quizá mañana, un mes sin más tardar. Mis hermanos no saben que mi situación ha cambiado, que ya no puedo mantener el pacto, que ahora soy un cerdito más, como ellos. Perdí hace meses mi trabajo, mis ahorros ya no dan para otro plazo de hipoteca. Por eso ellos deben dormir tranquilos, porque no conocen, porque hemos cenado y durante la conversación les he dicho, no os preocupéis, no puede ser que aquí venga. Les he mentido. Ahora miro cómo se consumen los leños en la hoguera, y casi me parece escuchar sus ronquidos de cerdito. Imagino sus párpados cerrados tras los que se desarrolla un sueño de libertad que pronto ha de transformarse en pesadilla. Imagino como sus rabitos enrollados se estiran de placer ante la ilusión de un nuevo proyecto para vivir con dignidad.
Ya sólo quedan brasas y siento el frío del alba. Yo jugué el juego del lobo, yo tengo una casa fuerte. Yo acepté las reglas del lobo y así hice débiles a mis hermanos. Levanté esta casa tratando con el lobo y me convertí en lobo para mis hermanos. Por que mi casa fortalece el juego del lobo, da mayor consistencia a su tablero, hace más indiscutible el reglamento y anula la opción legítima de mis hermanos. La opción de vivir sin un águila, sin un lobo, que venga todos los meses a cobrarse en carne, de sus tripas, de su lomo, de sus cuartos traseros, el tributo por una mínima y ruinosa celda en una ciudad de esclavos ebrios de falsa libertad, de esclavos hipnotizados por la pantomima excelente de este lobo tan civilizado. Porque ahora que no puedo mantenerme dentro de las normas del juego soy de nuevo presa para el lobo y vendrá a alimentarse aquí, a esta casa que nunca ha sido mía, donde quiero proteger a mis hermanos.
Pero no hoy, no puede ser que hoy venga, a no ser que… Esos ruidos de fuera, ¿qué son esos ruidos? Y ¿quién golpea la puerta de esa manera? Mejor ni siquiera abrir. Ahora pasos en el tejado ¿quién anda por ahí arriba? Entonces entran mis hermanos que se habrán despertado por los ruidos, se acercan tranquilos, se sientan junto a mí, y al mirarlos descubro que no han dormido, más bien parece que han pasado la noche despiertos, maquinando, los encuentro recios, decididos. Me dicen: Cálmate. Somos tres cerditos, ya pero, ¿quién teme al lobo feroz?
Cae hollín por la chimenea, el lobo se cuela por cualquier apertura como una rata. Entre la ceniza las ascuas relampaguean débilmente pero en nuestros ojos fulgura la seguridad de no habernos equivocado.
1 comentario:
este prefiero recordarlo leído en público, me gustó más.
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