Hay luz en mi rostro y no comprendes. Lo sé. Lo veo en la inocencia de tu mirada. Estás segura de que he gozado con tu boca, con tu pecho. Ignoras que no lo deseaba, que al dejarte hacer lo único que he conseguido es aislarme en el placer más desolador.
Y sin embargo, ahí están tus labios y mejillas, tus pezones y vientre impregnados de un odio tibio y espeso que no sospechas. Aún pretendes dilatar mi satisfacción tumbándote sobre mí, acariciando con todo tu cuerpo mi piel, mi pene que se resiste a abandonar la voluptuosidad alcanzada; pero me zafo, me escabullo hasta el baño. Escuchas el agua. Piensas que algo ha cambiado en mí y justificas esta extraña novedad de lavarme inmediatamente; supones que ahora necesito sólo de tus cosas, tan saturado estás de ti mismo, pequeño…
Y sí, he cambiado, pero es en todo; y ya no puedes comprender a pesar de la luz en mi expresión turbada e incómoda.
Apago la lámpara. Burdamente escurro sobre tu cuerpo el agua caliente de la toalla; retiro de tus labios mi odio blanquecino y ya frío con la lengua tensa y lo desplazo todo hacia abajo, arrastrándolo por tu cuello, deteniéndome, ya sin asombro, en los rincones más fascinantes de tu pecho, en la misteriosa curva de tu vientre, que ya no me inquieta. Llego hasta la delicia de tu coño hinchado y pierdo despacio la lengua en el laberinto de sus pliegues y gimes, gimes aún más, más intensamente y gritas, en el orgasmo de tu descubrimiento gritas: ¡Oh! ¡Cabrón!... ¡Malo, hijo de puta!
Y es ahora, empapados mis labios del magmático odio que yo mismo he bombeado hasta tu sima, es ahora al entrever tu expresión en la penumbra, cuando quisiera ya no comprenderte. Y fingir, como tú. Y sentir placer únicamente.
1 comentario:
cambiando la palabra "odio" por "placer" se convierte en un relato que nada tiene que ver (el rimadero)...lamento haber hecho ese experimento porque pierde la esencia de este texto de maldad sublime y odio apetecible.
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