viernes, 23 de octubre de 2009

Convicción de la mesa

Sergio Álvarez Guillén

Sobre la mesa de madera. El Señor deja las manos muertas sobre mí. Al verlos llegar, con la carga sobre los hombros, abandona sus manos sobre mí.

Mira a esas personas con incertidumbre porque antes mejoró sus hogares que ellos no han sabido mantener. Los mira con inquietud porque antes advirtió lo peligroso de su esperanza y a ellos no les importó. Mira con recelo a quiénes antes quiso apartar de la fatalidad a la que su obcecación les conduciría y, sin embargo, ahora se presentaba ante él, sin avisar.

El Señor parpadea de miedo porque estos hombres, estas mujeres, estos niños entran en su despacho como si entraran en su propia casa. Han abandonado sus hogares; perseverando en su propósito han superado adversidades, sin ayuda. Son supervivientes y ahora están ante él, en su despacho: callados, seguros, alegres.

Por eso, el Señor, no se sorprende cuando sus propias manos se resquebrajan, se astillan como yo, ahora que me revientan esos que han llegado. Porque con el amor que cargan sobre los hombros hacen añicos sus manos y revientan la mesa de buena madera. De buenos árboles junto a los que ellos crecieron.





1 comentario:

susana dijo...

¿Qué pregunta te hubiera gustado que te hicieran sobre este cuento?